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El significado de la felicidad



El significado de la felicidad

El padre Sergio Salcido Valle, L.C., presenta un interesante artículo en el contexto del Día Internacional de la Felicidad desde el punto de vista filosófico y religioso.
 


 “La felicidad es el significado y propósito de la vida, el fin de la existencia humana”.
Aristóteles

 

Dentro de las festividades internacionales que tenemos en este mes, el 20 de marzo propuso celebrar un anhelo un reto, una exigencia que es inherente en todo corazón humano: la felicidad.

La Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) decretó en la resolución 66/281 de 2012 que el 20 de marzo se celebrase el Día Internacional de la Felicidad para reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno.

Es patente que es obligación de todo Estado garantizar el bienestar de los ciudadanos, definido como el conjunto de las cosas necesarias para vivir bien. Dichas cosas necesarias se traducen en el respeto, promoción y protección de los Derechos Humanos ingenitos a cada persona. Hasta este punto descubrimos que bienestar y felicidad están vinculadas, pero no son lo mismo, ya que el bienestar es la condición, la base ideal por medio de la cual toda persona puede llegar a crecer, a trascender, a ser feliz. Es aquí donde la felicidad pretende ser una meta más ambiciosa y personal.

 

El significado de la felicidad




Es un hecho que todos queremos ser felices, sin embargo, al reflexionar sobre la felicidad surgen un sinfín de cuestionamientos del que sobresale principalmente uno:

¿Qué es la felicidad? 
Para los filósofos clásicos, la felicidad consistía en la posesión del bien que a toda persona le es propia y le perfecciona. De esta sentencia podemos resaltar las siguientes afirmaciones:

A.    La felicidad consiste en la posesión del bien: ¿Qué es el bien? El bien en general es aquello a que todas las cosas tienden, es el objeto, el fin al que nuestra voluntad guiada por la inteligencia se siente atraída y busca apropiárselo para satisfacer una necesidad específica. Para Santo Tomás de Aquino existen tres tipos de bienes: el útil, el deleitable y el honesto. 

Apetecemos el bien útil en cuanto medio o instrumento para conseguir otro bien posterior, como el caso del dinero, que nos permite comprar lo necesario para vivir. En la medida que satisface y descansa nuestro deseo, apetecemos el bien deleitable, como puede ser el gozo de ver un trabajo bien realizado o la satisfacción tras una rica comida; mientras que apetecemos el bien honesto en cuanto a que es un bien en sí mismo y no por otra cosa, es decir, en cuanto que es un bien perfectible en sí mismo y que nos perfecciona como personas, tal como entregar parte de nuestro tiempo y trabajo en ayudar a una o a un grupo de personas que nos necesitan, en este acto no solo contribuimos en el desarrollo del bien común, sino en nuestra formación virtuosa que nos hace mejores personas y nos trascienden. 

Lo útil siempre lo queremos para otra cosa y no en sí mismo; y lo mismo se dice de lo deleitable, pues viene como consecuencia o acompañante de otro bien y por eso no se quiere en sí mismo. De hecho, lo deleitable no tiene más razón de ser apetecido que el placer, aunque a veces sea perjudicial y deshonesto.


B.    Es propia de la naturaleza racional de la persona: la búsqueda de la felicidad es una constante en la vida de toda persona, difícil de ser olvidada o ignorada, una indagación activa a la que está dirigido todo su actuar, en pocas palabras: su fin último, aquel a cuya consecución se dirigen su intención y los medios que el dispone libremente para conseguirla. El reto consiste en preguntarnos seriamente: ¿Cuál es mi fin último? ¿Cuál es el tipo de bien en el que principalmente estoy basando mi felicidad? ¿Es el bien útil, deleitable u honesto? 

El placer, el honor, la riqueza y la fama parecen ser fines comunes a los que la mayoría parece tender, pero que al alcanzarlos no logran saciar completamente la sed de infinito y de transcendencia que caracterizan la naturaleza del corazón humano, ya que son inestables y perecederos. Nuestros deseos temporales y de eternidad dibujan nuestra naturaleza espiritual y corpórea (material) y nos llevan a afirmar con Santo Tomás de Aquino que la persona se encuentra en medio como “horizonte y confín de lo corpóreo e incorpóreo”, por las cualidades de su alma. 

Eudaldo Forment explica que, con la expresión “horizonte”, el Aquinate indica la línea donde se junta lo superior con lo inferior, el cielo con la tierra y, en el hombre, la unión del espíritu con la materia. Por otro lado, “confín” expresa que el ser humano se sitúa en el extremo de dos mundos. En la parte superior al hombre está el mundo infinito de lo espiritual. En la inferior, se encuentra el universo corpóreo, que tiene el peso de la materia. Según las expresiones de “horizonte” y “confín”, el alma del hombre es medianera entre las sustancias solo espirituales y lo material. Además, por la unión entre lo espiritual y material, se da en el hombre una “admirable conexión” que se expresa con este principio neoplatónico: “La sabiduría divina unió los fines de las cosas superiores con los principios de las inferiores”. 
 

C.    Busca perfeccionar a la persona: La felicidad busca la trascendencia de la naturaleza del ser humano, es decir, potencializar sus facultades: su inteligencia y voluntad por medio de la formación de las virtudes, la cuales consisten en disposiciones habituales y firmes para hacer el bien, no solo para realizar actos buenos, sino dando lo mejor de sí mismo con todas sus fuerzas sensibles y espirituales. Este eudemonismo es el rasgo principal de la tradición helénica representada principalmente por Aristóteles. 

Al aterrizar este concepto de felicidad, el catolicismo se pone un reto ambicioso: “El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios” (San Gregorio de Nisa), afirmación motivada por la invitación de Jesús: “Ser perfectos como su Padre Celestial es perfecto” (Mateo 5, 48). Dicha tarea es imposible de lograrla por las propias fuerzas humanas, es necesaria la ayuda de la gracia divina con la cual siempre se puede contar si se pide: “Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad” (2 Corintios 12, 9).

 

En resumen, la verdadera felicidad coincide con la perfección de la naturaleza racional de la persona y esta a su vez es el anhelo que Dios tiene para todas sus creaturas.
“Nuestro deseo natural de felicidad es de origen divino. Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el Único que lo puede satisfacer”. (CIC 1718).

Bibliografía:
•    Aristóteles, Ética Nicomaquea, Editorial Gredos, Madrid, 1985.
•    “Bienestar” Diccionario de la lengua española, Real Academia Española en  https://dle.rae.es/bienestar (21/03/2022).
•    Catecismo de la Iglesia Católica.
•    “Día Internacional de la Felicidad 20 de marzo”, Naciones Unidas.
•    Forment,  E.,  “El acto de ser en la distinción hombre y persona de Santo Tomás de Aquino”, Sapientia, Vol. 71, n. 237 (2015) en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/acto-ser-distincionhombre-persona.pdf (21/03/2022).
•    Gómez de Pedro, María Esther, “¿Son todos los bienes iguales? Reflexión en torno a los tipos de bienes” Santo Tomás en https://www.santotomas.cl/formacion-e-identidad/quienes somos/capsulas/todos-los-bienes-iguales-reflexion-torno-los-tipos-bienes/ (21/03/2022).
•    Margot, Jean-Paul, “La felicidad”, Scielo, mayo 2017 en http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0120-46882007000200004 (21/03/2022).
•    Pseudo- Dionisio, De divinis nominibus, Opere Complete, Rusconi, Milano 1997.
•    Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, BAC, Madrid 1968.

 

Más información:
Director de Pastoral Universitaria Campus Sur
P. Sergio Salcido Valle, L.C.
padre.sergio@anahuac.mx

 

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