COVID-19 en niños y jóvenes
El director de Innovación Científica y Tecnológica en la Anáhuac, realiza un análisis sobre la vacunación en este sector de la población.
El doctor Jesús Heraclio del Río Martínez, director de Innovación Científica y Tecnológica de la Universidad Anáhuac México, nos comparte un análisis sobre COVID-19 en niños y jóvenes.
COVID-19 en niños y jóvenes
COVID-19, ¿qué es y quién lo causa?
Hay varios tipos de coronavirus que enferman a muchas especies de animales. La enfermedad conocida como COVID-19, que muestra una gama variada de síntomas y manifestaciones clínicas, es causada por el virus del síndrome respiratorio agudo severo coronavirus 2 (SARS-CoV2). Esta versión humana del coronavirus, extremadamente virulenta y letal por naturaleza, se está extendiendo por todo el mundo y representa una gran amenaza para los seres humanos (1).
Desde los primeros casos del brote de la enfermedad en Wuhan, China, a finales de 2019 ha afectado a todos los países del mundo. La epidemiología del virus cambia y se actualiza constantemente según se avanza en el conocimiento de la nueva enfermedad.
Variantes
Los virus de acuerdo con su propia naturaleza tienden a mutar y lo hacen. Así, generan variantes más virulentas que las anteriores (2). El SARS-CoV-2 no es la excepción. De las innumerables variantes que han surgido a lo largo de la pandemia, las más preocupantes por sus diferencias particulares han sido hasta hoy, la Alfa (identificada por primera vez en el Reino Unido), Beta (Sudáfrica), Gamma (Brasil) y Delta (India) (3).
La variante Delta de COVID-19, antes conocida como variante india y técnicamente como B.1.617.2, está presente al menos en 85 países, donde se dispersa muy rápidamente y tiene a ser la dominante.
El Centro de Control de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos reportó que, en este país, a principios de abril esta variante representaba el 0.1% de los casos, mientras que para mediados de junio ya contaba para el 20.6%. Esta conducta es similar a la reportada en otros países. En Reino Unido está presente en el 90% de los casos. La velocidad de su propagación es mayor en los países con baja cobertura de vacunación (3).
¿Qué tiene la variante Delta que la hace más peligrosa?
La variante Delta es la más contagiosa de las identificadas hasta ahora. Se caracteriza por propagarse más fácilmente entre los niños; provocar síntomas más variados y graves entre los pacientes; ser más resistente a los controles sanitarios y exigir medidas preventivas más estrictas en el aislamiento (3).
Tales cambios se deben a que la variante Delta tiene ciertas mutaciones significativas en sus proteínas pico, aquellos elementos puntiagudos que le dan la forma de una corona (por eso se llama coronavirus) y que actúan como “ganchos” para fijarse con unos receptores denominados ACE-2 presentes en ciertas células en las vías respiratorias humanas. Esto permite al virus penetrar en ellas y obligarlas a que estas utilicen el código genético viral para producir copias (réplicas) del mismo. De esta forma se propaga la infección (3).
Los datos actuales también indican que existe una mayor cantidad del virus en la persona infectada, por lo que pueden expulsar más virus al aire para pasar a la siguiente persona. También se sugiere que esta mayor capacidad infectiva de la variante Delta le permite infectar a las personas después de una exposición más baja en comparación con otras variantes (4).
Al parecer estas mutaciones incluso permiten al virus ser más eficiente en evadir la inmunidad natural del cuerpo para combatir las enfermedades. Esos atributos la han convertido en la variante más contagiosa hasta hoy.
Cabe destacar que en la India se ha identificado una nueva variante de la Delta, denominada Delta Plus, considerada como altamente contagiosa. Aunque sus propiedades aún no han sido investigadas, hay una preocupación creciente de que esta variante muestre resistencia a los tratamientos actuales, basados en mezclas de anticuerpos monoclonales, y a que pueda evitar la inmunidad proporcionada tanto por la vacuna como por una infección anterior (3).
Síntomas y curso
En comparación con otros coronavirus bien conocidos, como el SARS-CoV y el MERS, el SARS CoV 2 causante del COVID-19 muestra diferencias importantes en su estructura y en los procesos fisiopatológicos que induce. Como en cualquier otra influenza o gripe los síntomas principales son tos y fiebre, pero las manifestaciones clínicas pueden variar de un paciente a otro según su condición preexistente. En individuos vulnerables se observa que el virus provoca manifestaciones más graves que en cualquier otro grupo (2). Entre las diferencias principales que lo caracterizan están un desarrollo rápido de síntomas clínicos que incluyen fiebre, tos, fatiga, dificultad para respirar, dolores musculares y neumonía. Es importante destacar que en COVID-19 la neumonía en ocasiones no logra detectarse mediante radiografías de tórax. Por ello, en algunos casos la ausencia de anomalías radiológicas y los signos de neumonía afectan negativamente el diagnóstico oportuno. En consecuencia, se recomienda confirmar la presencia de neumonía mediante tomografías computarizadas o mediante imágenes de resonancia magnética (5).
Al infectarse una persona por COVID-19 por lo general presenta los primeros síntomas cinco a seis días después del contagio, pero puede ocurrir que surjan antes, desde los dos o después y hasta los catorce días posteriores a la exposición. Cualquier persona con síntomas de COVID-19, aún leves, deberá hacerse una prueba y si da positivo es conveniente determinar qué tipo de variante lo infectó (3).
Por otra parte, la enfermedad causada por la variante Delta también podría presentan síntomas diferentes a los de otras mutaciones virales. Los infectados con esta variante a menudo se quejan de dolores de cabeza, dolor garganta y secreción nasal que reemplazan a la tos y la pérdida del gusto y del olfato como los síntomas más comunes (3).
En la mayoría de los pacientes la enfermedad sigue un curso moderado (puede requerir hospitalización, sin cuidados intensivos), aunque en los pacientes graves puede desarrollar complicaciones como shock, síndrome agudo de angustia respiratoria, lesión cardíaca aguda y lesión renal aguda, que pueden incluso llevar a un posible desenlace fatal (5).
El COVID-19 puede llegar a presentar un curso crónico que se caracteriza por un conjunto de síntomas, a veces debilitantes, que pueden persistir durante meses después de un episodio incluso leve de la fase aguda de la infección (6, 7).
Se ha observado que los pacientes infectados con la variante Delta tienen un riesgo mucho mayor (el doble) de ingresar a un hospital que los infectados con Alfa (3). En Reino Unido las hospitalizaciones diarias de pacientes con COVID-19, después de haberse reducido a mediados de mayo a cientos, para el 9 de junio con la variante Delta subieron a más de mil (4).
La propagación del COVID-19 parece reducirse efectivamente solo mediante las medidas restrictivas, tales como la cuarentena, el autoaislamiento y el distanciamiento social (5).
COVID-19 en niños y jóvenes
El primer caso pediátrico de COVID-19 fue reportado en Shenzhen, China, en enero de 2020 en un niño asintomático de 10 años. En febrero de ese año, con casi 45,000 casos confirmados por estudios de laboratorio, el 2% correspondieron a menores de 19 años, pero esta proporción aumentó con el pico de la pandemia al incrementarse el número de pruebas realizadas, aunque estas se realizaron principalmente en la población adulta (1).
La investigación creciente sobre la pandemia en curso de la COVID-19 parece mostrar que los niños pequeños son menos susceptibles (8). Aunque es mucho menos probable que el SARS-CoV-2 cause una enfermedad grave en los niños en comparación con los adultos, algunos sí enferman gravemente. Debido a la inmadurez de su sistema inmunológico, los niños también son susceptibles a la infección por SARS-CoV2. Aunque el número de casos pediátricos de COVID-19 confirmados es comparativamente menor que en los adultos, estos están mostrando una tendencia a aumentar significativamente a medida que continúa la pandemia (1).
Es probable que la menor susceptibilidad de los niños al COVID-19 se deba a que los niños tienen en su tracto respiratorio menos receptores ACE2 que el SARS CoV-2 necesita para invadir a las células del tracto respiratorio (8). Otros informes sugieren que los niños pudieran tener una respuesta inmune innata mejor que la de los adultos y también un sistema respiratorio más saludable gracias a la ausencia de tabaquismo, así como al hecho de que reciben regularmente diferentes tipos de vacunas, lo que resulta en un sistema inmunológico que responde mejor a la infección por coronavirus (5).
Al explorar en niños la prevalencia de infección de SARS-CoV2 se encontró una alta proporción de infecciones asintomáticas de entre el 10 y el 80% de los casos, con una media del 40.5%. En los casos moderados en que sí hubo síntomas clínicos los más frecuentes fueron fiebre (48.7%), tos seca (35.0%), dolor de garganta (12.2%), diarrea o vómitos (11.3%) (1). Los síntomas más leves pueden relacionarse con la fortaleza de la respuesta inmune y con una mayor proporción de células inmunes, incluidas las células asesinas, que son importantes para controlar el virus (5).
En Inglaterra, un análisis exhaustivo de las admisiones hospitalarias y las muertes informadas por COVID-19 entre marzo de 2020 a febrero de 2021 sugiere que los niños y jóvenes menores de 18 años tienen menos riesgo de requerir cuidados intensivos (4% de los 6,338 casos estudiados) o de morir (0.4%). De las 25 muertes reportadas, casi la mitad ocurrieron en personas con alguna discapacidad compleja que requerían grandes necesidades de atención médica, como alimentación por sonda o asistencia para respirar (7).
Al analizar los factores de riesgo de enfermedad grave y muerte a partir de los datos obtenidos de 57 estudios en 19 países, el aumento absoluto de riesgo fue muy pequeño; algunas afecciones se asociaron con un mayor riesgo de requerir tratamiento de cuidados intensivos o de morir. Estos incluyen a la obesidad y a padecimientos cardíacos o neurológicos, (7). Además, la tasa de infección en los niños puede variar entre los sexos afectando más a los varones (5).
El COVID-19 crónico en niños y jóvenes se ha investigado poco, algunos estudios sugieren que llega a ocurrir en niños, incluso en aquellos que tenían síntomas iniciales leves o estaban asintomáticos, pero con menos frecuencia que en adultos (7).
A nivel global, el panorama es incierto. En muchos países se sabe muy poco sobre cómo afecta el COVID-19 a los niños, pues el registro de los recuentos oficiales de hospitalizaciones y muertes por COVID-19 es inexacto e incompleto. Además, la preocupación sobre la transmisión del COVID-19 por niños y adolescentes aumenta a medida que surgen nuevas variantes del coronavirus. Es posible que las nuevas variantes más contagiosas desarrollen una forma de superar lo que sea en la respuesta inmune de una persona joven que la hace más resistente a la infección.
La mayor parte de la información disponible sobre COVID-19 en niños y jóvenes se obtuvo antes de la aparición de la cepa Delta, a la que aparentemente resultan más susceptibles de contagiarse. Además, estos estudios no evaluaron la asociación del COVID-19 con otras enfermedades menos graves que pueden complicar la enfermedad. En consecuencia, necesitamos hacer todo lo posible para reducir la infección por COVID-19 en los niños (7).
Comorbilidades
Otras infecciones pueden llegar a presentarse y complicar algunos casos de COVID-19. Estudios han encontrado coinfecciones en el 10% de los casos estudiados, en las cuales los patógenos más comunes encontrados fueron Mycoplasma 50% y los virus de la influenza o de la parainfluenza en un 22.8% de tales casos. A nivel global, la principal causa de morbilidad y mortalidad en niños pequeños menores de cinco años es la Infección Respiratoria Aguda (IRA), incluida la neumonía, causadas principalmente por virus respiratorios como la influenza y el virus sincitial respiratorio (VSR) (8).
En lactantes, la inmadurez de su sistema inmunológico se ha relacionado con un mayor riesgo de enfermedades infecciosas, en particular infecciones respiratorias virales (8).
La severidad de la infección en los niños puede aumentar al asociarse con comorbilidades como la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes (5).
El COVID-19 en niños puede llevar en algunos casos a que se presente un síndrome inflamatorio multisistémico (MIS-C). Este incluye una variedad de características clínicas como dermatológicas, manifestaciones mucocutáneas y gastrointestinales y el desarrollo de alteraciones cardiacas graves (5)
Manejo de la enfermedad
Para los Sistemas de Salud de las naciones el manejo de esta enfermedad es desafiante, en especial cuando la infraestructura hospitalaria es deficiente o está rebasada por la gran cantidad de casos que se presentan de forma simultánea (2). Incluso si la tasa de mortalidad con Delta fuese menor, hay que considerar que la carga de trabajo de los Sistemas de Salud, ya agotados, será abrumadora y pudiera rebasarlos (4). Además, los niños infectados con SARS-CoV2 representan un aumento creciente en la ya pesada carga de tales sistemas (1). En consecuencia, la mejor manera de combatir el virus radica en asumir medidas preventivas que deben tomarse muy en serio y estudiarse en detalle (2).
Hay indicios de que las infecciones por este virus están aumentando a medida que se relajan las medidas de distanciamiento social. Si bien, al disminuir las restricciones se esperaba que los casos aumentaran al menos un poco, la nueva variante Delta parece complicar el asunto (6).
¿Retrasar la flexibilización de las restricciones de COVID-19 hace una diferencia? La respuesta es sí, porque permite que más personas reciban dos dosis de la vacuna. Mantener las medidas de distanciamiento permitirá que más personas obtengan la segunda dosis y cuenten con al menos siete días después de esta segunda dosis para que la vacuna aumente realmente la respuesta inmune hasta los niveles adecuados.
Confiar en que los niños y jóvenes no van a enfermar y a convertirse en un factor de contagio importante es muy peligroso, ya que la mayoría de los estudios sobre esta enfermedad se han enfocado en los adultos y por ello faltan datos sobre cómo se comporta el COVID-19 en los menores. No contar con información suficiente no necesariamente significa que no existan problemas.
Debe tomarse en cuenta el hecho de que, al orientarse los esfuerzos de detección del virus en la población trabajadora conformada por adultos, la falta de pruebas en los niños puede dar una imagen falsa de que ellos no participan en el problema. Por el contrario, hay evidencia de que algunos niños presentan infecciones asintomáticas que facilitan la evasión y dispersión del virus (1).
Vacunación
Gracias a un trabajo científico colaborativo sin precedentes, en menos de un año y medio a partir del primer reporte de la enfermedad se han logrado producir diversas vacunas efectivas anti-COVID-19.
Con las vacunas disponibles los Sistemas de Salud de las naciones necesitan establecer “salas de guerra epidemiológica” para delimitar el problema y definir las mejores estrategias de seguimiento, contención y vacunación para abordarlo, con base en el análisis de los diversos factores que definen su circunstancia particular y sus relaciones con el resto del mundo.
A nivel global existen muchos puntos de vista que deben evaluarse para buscar mejorar los criterios para el suministro de vacunas a los diversos países a través de la compra o la donación, según sea el caso. Se discute por qué en lugar de asignar donaciones de dosis de vacunas a los países únicamente en función del número de personas que allí viven, podrían distribuirse de acuerdo con otros factores, como la necesidad de preservar los servicios de atención de la salud ante brotes locales inminentes de otras enfermedades propias de temporada, como el paludismo o el sarampión.
Una preocupación nueva e importante para tomar en cuenta es que las vacunas COVID-19 parecen ser menos eficaces contra la variante Delta, especialmente cuando solo se ha recibido una dosis de la vacuna (4). Estudios recientes muestran que la efectividad de las vacunas Pfizer-BioNTech o AstraZeneca contra la enfermedad sintomática provocada por la variante Delta en ambos casos fue de un 33% a las tres semanas posteriores a la primera dosis (3) (4)
Cabe señalar que para prevenir enfermar sintomáticamente de COVID-19 por su variante Delta, el nivel de protección mejora de forma notable cuando se recibe una segunda dosis (3), la efectividad de la vacuna Pfizer-BioNTech y de la Oxford-AstraZeneca medida dos semanas después de la segunda dosis fue de un 88% y un 60%, respectivamente. Es probable que esta diferencia se deba a que esta última vacuna tarda más en alcanzar su máximo de eficacia (3).
También se ha estudiado la importancia de la segunda dosis con respecto a la posibilidad de enfermar de gravedad o morir. Estudios recientes de más de 14,000 casos de la variante Delta indican que dos dosis de cualquiera de estas vacunas son muy eficaces para evitar llegar a hospitalizarse: Pfizer-BioNTech (96%) y Oxford-AstraZeneca (92%) (4).
Vacunación de niños y jóvenes
Uno de los asuntos más actuales y polémicos que se discuten en los Sistemas de Salud de diferentes países del mundo es el relacionado con la vacunación de niños y jóvenes. Mientras algunos países han iniciado campañas de vacunación anti-COVID-19 para ellos, otros sopesan las opciones (6).
Algunos se preguntan si es justo vacunar a los niños y jóvenes o si vacunarlos pudiera parecer un “privilegio”, ya que en ellos el cuadro clínico es mucho menos severo que en los adultos (6). Este último argumento se está desmoronando con la variable Delta, que ha mostrado ser mucho más agresiva que las anteriores para los niños y jóvenes.
En este asunto, la pregunta clave no es cómo se compara la mortalidad de los niños con la de los adultos o ver si la vacunación infantil es necesaria para proteger a los adultos, más bien en la vacunación de los niños la cuestión fundamental es ver si los beneficios superan a los riesgos. Además, debe incluirse en la ecuación un aspecto importante: el prevenir muertes infantiles a través de la inmunización, aunque el número esperado de decesos por COVID-19 en niños y jóvenes pudiera ser pequeño, el hecho de que exista esa posibilidad hace que sea aún más importante que estén vacunados (9).
Los detractores de la vacunación pediátrica han destacado que desde que Israel y Estados Unidos comenzaron a vacunar a los jóvenes, se estudia un vínculo potencial entre la vacuna Pfizer y la inflamación cardíaca (miocarditis y pericarditis). Sin embargo, los investigadores aún tienen que establecer que la vacuna causó la inflamación. La mayoría de los afectados se han recuperado y los datos sugieren que el riesgo de estas afecciones es "extremadamente bajo": alrededor de 67 casos por millón de segundas dosis en adolescentes varones de 12 a 17 años y 9 por millón en adolescentes mujeres del mismo grupo de edad.
Hasta ahora las vacunas parecen ser seguras en adolescentes. De hecho, algunas farmacéuticas han comenzado a realizar ensayos clínicos en niños de hasta seis meses de edad. En Israel y Estados Unidos han avanzado en su vacunación para jóvenes menores de 16 años y en este último país, las vacunas para los menores de 12 años podrían estar disponibles a finales de este año (6).
Malta ha vacunado completamente al 80% de su población, al igual que Chile, ambos países con unas de las tasas de vacunación COVID-19 más altas del mundo, ahora también vacunan a adolescentes mayores de 12 años. Sin embargo, las opiniones siguen divididas. Algunos piensan que los países no deberían avanzar con la vacunación pediátrica tan rápido, mientras existen países que están luchando para obtener suficientes vacunas para sus grupos de alto riesgo. Otros consideran que solo los adolescentes que son clínicamente vulnerables o que viven con adultos vulnerables, sean los vacunados (6).
La preocupación por el uso de valiosas vacunas para inocular a los niños, cuando las poblaciones más vulnerables de todo el mundo todavía luchan por asegurarse los suministros, fue compartida en mayo por el mismo el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien dijo que los países más ricos que están vacunando a los niños lo están haciendo a expensas de los trabajadores de la salud y los grupos de alto riesgo en otros países. Pero hay que considerar que esa declaración fue en mayo, antes de que se acumularan evidencias del comportamiento de la variable Delta sobre la población pediátrica.
Los defensores de la vacunación de niños y adultos jóvenes argumentan que no es necesario que sea un caso de uno u otro. Señalan que esta es una especie de dicotomía falsa. El argumento para enviar vacunas fuera del país no debería excluir la vacunación de niños en países de ingresos más altos. Además, existen otros elementos importantes que deben tomarse muy en cuenta para decidir si es conveniente la vacunación en niños y jóvenes. Ante la amenaza de COVID-19 crónico o largo, muchos pediatras piden que la vacunación se realice lo más pronto posible (6).
Por otro lado, la participación de niños y jóvenes como fuente de contagio a sus familiares, el denominado COVID-19 domiciliario, es un factor que debe tomarse muy en cuenta. Aunque en comparación con los adultos, los pacientes pediátricos con COVID-19 no suelen llegar a desarrollar un curso grave de la enfermedad y complicaciones inducidas por virus, la transmisión del virus desde niños asintomáticos hacia los adultos y los ancianos representan una amenaza para toda la población (5).
Países como en nuestro, en dónde por sus estructuras familiares los niños y adolescentes a menudo tienen contacto frecuente con sus abuelos, la vacunación de los adolescentes puede dar como resultado una reducción de la transmisión a las personas mayores vulnerables. Los datos muestran que los niños y, en particular los adolescentes, pueden desempeñar un papel importante en la transmisión del coronavirus. Se estima que la transmisión domiciliaria en la variante Delta es 60% mayor comparada con la Alfa, que ya era mucho más transmisible que la versión original del virus.
Con la información disponible sobre la efectividad de las vacunas se puede esperar que disminuyan tanto los casos de hospitalización como de defunciones por la variante Delta, aunque los datos disponibles aún son insuficientes para estimar la efectividad de la vacuna contra casos severos de la esta variante (3).
Dada la incertidumbre en torno a los efectos sobre la salud a largo plazo de la infección por SARS-CoV-2, es imprudente dejar que el virus circule en niños con el consiguiente riesgo para sus familias (10). Debemos estar conscientes de que la esperanza de lograr la inmunidad colectiva a través de la inmunización ha disminuido, por lo que los países deben hacer lo mejor que puedan para mantener baja la transmisión, ya que solo se necesita una población mal vacunada para generar nuevas variantes globales más peligrosas.
Reapertura de escuelas
Por muy diversas razones, en nuestro país se ha optado por reanudar las actividades académicas en prácticamente todos los niveles educativos. Esta decisión puede tener serias implicaciones en el desarrollo de la pandemia, por lo que es conveniente analizar con seriedad sus posibles consecuencias, así como revisar si nuestra condición es equiparable con la de aquellos países europeos o norteamericanos que, a la fecha, han intentado retomar sus actividades económicas y sociales.
La pandemia puede acelerarse con la reapertura de las escuelas si no se cuenta con un plan robusto de mitigación de COVID-19. Una reapertura completa sin las salvaguardas adecuadas tiene el riesgo de contribuir a una alta transmisión comunitaria y, eventualmente, de privar nuevamente a muchos niños de la educación e interacción social empeorando las desigualdades existentes, también puede proporcionar un terreno fértil para que el virus evolucione y genere nuevas variantes (10).
A pesar de las bajas tasas de mortalidad y de hospitalización en cuidados intensivos reportadas en los niños y jóvenes, las escuelas deben adoptar estrictas medidas de prevención, como uso obligatorio de cubrebocas y vigilar que exista una buena ventilación en todos los espacios de trabajo y convivencia. La vacunación completa de los padres y del personal de las escuelas y, cuando sea posible, de los propios niños son condiciones que pueden permitir un regreso seguro a las clases (7).
El riesgo de transmisión dentro de las escuelas y en los hogares puede reducirse sustancialmente mediante medidas de mitigación basadas en un conjunto de recomendaciones alineadas con las directrices de los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) que involucran escenarios múltiples y diversos. Estas medidas para reducir el riesgo de transmisión de COVID-19 en las escuelas y mitigar el impacto en los niños y las familias se llevan a cabo en muchos países (10):
Medidas de mitigación basadas en recomendaciones del CDC de Estados Unidos
• Distanciamiento físico
- General:
· Sistema de semáforo de riesgo.
· Uso del aprendizaje remoto o mixto para reducir el número de personas que conviven simultáneamente en un espacio dado.
- Durante los traslados:
· Mantener la sana distancia durante el viaje.
· Escalonar los horarios de inicio y término de actividades.
· Evitar aglomeraciones, por ejemplo, en las puertas de las escuelas.
· En el transporte viajar con ventanillas abiertas y usando cubrebocas.
- En las aulas:
· Mantener la separación entre alumnos (burbujas).
· Reducir el tránsito entre burbujas.
· Desplegar personal adicional para reducir el tamaño de los grupos de
· clase.
· Utilizar espacios grandes, por ejemplo, pasillos.
· Aplicar la cuarentena a todo el grupo si hubo algún caso positivo.
• Protecciones para estudiantes y personal
· Higiene de manos y de superficies
· Contar con estaciones para el lavado de las manos y con desinfectantes de manos.
· Lávese las manos con regularidad y en momentos clave, por ejemplo, después de ir al baño.
-Vacunación:
· Al establecer prioridades en la vacunación, tomar en cuenta en conjunto: el grado de exposición, la edad y el riesgo relacionado con la enfermedad.
· Dar prioridad al personal de las escuelas reduce la interrupción de las clases debido a personal enfermo.
• Pruebas
· No asumir que las pruebas son exactas al 100%.
· Las pruebas no reemplazan otras medidas, solo las complementan
• Ventilación, cubrebocas y caretas
-Ventilación:
· Mantener abiertas puertas y ventanas.
· Donde sea posible, dar clases al aire libre (o en pasillos amplios).
· Uso de monitores de CO2 para evaluar la calidad del aire.
· Instalar filtros purificadores de aire de alta eficiencia.
· Realizar toda la educación física al aire libre.
· No dar clases de alto riesgo, por ejemplo, canto o tocar instrumentos de viento o aliento, excepto a distancia.
-Cubrebocas:
· Enseñar a los niños de cinco o más años a usar el cubrebocas.
· Enseñar el uso y la colocación correctos del cubrebocas.
· Quitarse el cubrebocas solo cuando se esté al aire libre o al comer.
· Considerar el uso de caretas faciales transparentes para mejorar la comunicación.
· Eliminación o lavado seguro de los cubrebocas.
• Apoyar a los niños y las familias
-Apoyar el aprendizaje remoto y mixto:
· Dar la opción al aprendizaje remoto.
· Apoye el aprendizaje remoto mediante recursos tecnológicos, financiamientos, apoyo y entrenamiento de habilidades necesarias para esta práctica.
· Proporcionar comidas escolares gratis mediante envío o recolección seguros.
· Garantizar la protección de los niños en riesgo.
-Abordar los daños de la interrupción educativa:
· Soporte con aislamiento.
· Registro de las interrupciones educativas y de las calificaciones.
· Otorgar a los niños apoyo psicológico.
· Proveer mejoras en habilidades, por ejemplo, escuelas de verano.
*El doctor Jesús H. del Río Martínez, director de Innovación Científica y Tecnológica en la Universidad Anáhuac México, es doctor en Biotecnología Microbiana por la Universidad de Colima, fue director de Investigación de la Anáhuac de 2015 a 2017 y coordinador de Apoyo a la Investigación de la misma institución de 2002 a 2014.
Referencias
1. Zheng B, Wang H, Yu C. An increasing public health burden arising from children infected with SARS‐CoV2: a systematic review and meta‐analysis. Pediatr Pulmonol 2020.
2. Dixit A, Chakole S. COVID-19 and Its Pathophysiology. Psychology and Education Journal. 2021;58(2):487-94.
3. Alexandar S, Ravisankar M., Kumar RS, Jakkan K. A Comprehensive Review on Covid-19 Delta variant. International Journal of Pharmacology and Clinical Research (IJPCR). 2021; 5:83-5.
4. Mahase E. Delta variant: What is happening with transmission, hospital admissions, ¿and restrictions?: British Medical Journal Publishing Group; 2021.
5. Bayesheva D., Boranbayeva R., Turdalina B., Fakhradiyev I., Saliev T., Tanabayeva S., et al. COVID-19 in the paediatric population of Kazakhstan. Paediatrics and International Child Health. 2021;41(1):76-82.
6. Ledford H., Should children get COVID vaccines? What the science says. Nature. 2021;595(7869):638-9.
7. Ledford H., Deaths from COVID ‘incredibly rare’among children. Nature. 2021;595(7869):639-.
8. Bhuiyan MU., Stiboy E., Hassan MZ., Chan M., Islam MS., Haider N., et al. Epidemiology of COVID-19 infection in young children under five years: A systematic review and meta-analysis. Vaccine. 2021; 39(4):667.
9. Sharfstein JM. Child Health Policy and the COVID-19 Pandemic. JAMA Health Forum. 2021; 2(8): e212921-e.
10. Gurdasani D., Alwan NA., Greenhalgh T., Hyde Z., Johnson L., McKee M., et al. School reopening without robust COVID-19 mitigation risks accelerating the pandemic. The Lancet. 2021; 397(10280): 1177-8.
Más información:
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