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Libre expresión católica



Dr. Jaime Pérez Guajardo[1]Instituto Regina Apostolorum UAMS  “Los cristianos obedecen las leyes establecidas, pero con su vida las sobrepasan”  describe la Carta a Diogneto, en el capítulo V, documento bellísimo del siglo II, en el que se presenta el perfil de los cristianos, con este y otros rasgos contrastantes con el mundo en que viven. Ese contraste de ningún modo es contradictorio, más aun, el equilibrio, la belleza, la vida, generalmente se manifiestan por medio del contraste. La claridad de una vida cristiana que confía en la vida eterna, perdona al enemigo, o se dona al prójimo, contrasta fuertemente con el entorno contemporáneo de una sociedad contenida en el instante mismo del aquí y ahora, en lucha competitiva contra el otro como rival y que trabaja por un interés egoísta. Esto no quiere decir que quien sigue la doctrina de Jesucristo esté en contradicción, sino en contraste con este mundo en el que vive  comparte sus convicciones, alegrías y dolores. Así, valora que nadie deba ser objeto de discriminación, tal como lo consigna el artículo primero constitucional, pero esto no significa que deba modificarse la esencia del matrimonio, ni que se olvide el espíritu del Constituyente que en el artículo cuarto, primer párrafo de la propia Ley Fundamental reconoce la igualdad del varón y la mujer y establece el deber legal de proteger el desarrollo y organización de la familia, coincidiendo así la expresión de la Conferencia del Episcopado Mexicano (18 junio de 2015), con el espíritu civil de las leyes políticas. La carta a Digogneto  continúa describiendo a los cristianos: “Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida.” Notas que a pesar de ser del siglo II, parecen citar las recientes noticias de quienes son desplazados por el único delito de ser cristianos –como notificó el Papa Francisco en una catequesis- expresando que hay quienes enterados de todo esto no hacen nada. La libertad de expresión se manifiesta no sólo con palabras, son muchas veces las vidas contrastantes las que gritan, como la actitud de pobreza elegida por Madre Teresa o por algún empresario católico cuya austeridad acuse sin palabras el despilfarro, la vanidad, o el trato injusto a las personas. Este catolicismo auténtico es el que llamamos propiamente Iglesia, y es ella la que como la buena madre ante el Rey  Salomón (I Reyes 3, 26-27) decía “Por favor, mi señor, que le den el niño vivo y que no le maten.” Pero la otra dijo: “No será ni para mí ni para ti: que lo partan”. Así es como la comunidad católica, en su maternal corazón de Iglesia expresa libremente –contrastando con la sociedad- que no se mate a los niños, que se valore la virginidad, se agradezca la fecundidad y se acepte en comunión incluso a quienes viven en situaciones irregulares, recordando la carta a Diogneto que también dice: “Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.”, y podemos observar que contrastan con el mundo en que viven, pero no se separan de él, expresan libremente su amor, en medio de incomprensiones como aquella madre ante el Rey Salomón que finalmente escuchó la sabia sentencia: “Entregad a aquélla el niño vivo y no le matéis; ella es la madre.”jaime.perez@anahuac.mx [1] Médico cirujano, Maestría en Filosofía. Director Instituto Regina Apostolorum UAMS 


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