Por José Antonio Vergara Juárez
Estudiante de Medicina de la Universidad Anáhuac Querétaro
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Nos encontramos frente a un problema que la humanidad no había sufrido en mucho tiempo: una pandemia, y de la mano de ella, comienza la saturación hospitalaria. Se están perdiendo los principios deontológicos en la atención médica de los enfermos y se aumenta el uso de la política utilitarista dentro del sistema de salud mundial para proveer del mayor bien al mayor número de individuos de la forma más efectiva y eficiente, se comienza a olvidar que cada paciente es único y que el fin no justifica los medios.
Esta medida pierde de vista la valía de la vida humana y crea diferencias entre los pacientes, basándose en probabilidades de supervivencia, dejando de lado la dignidad que cada paciente debe de tener por el simple hecho de ser un miembro de la humanidad.
Aunado a esto, existen guías éticas que dictan que una vez que en el sistema de salud se ha alcanzado la capacidad máxima de atención de pacientes con COVID-19, se le facilite el tratamiento a los que tengan mayores probabilidades de supervivencia, haciendo válido retirar el mismo a un paciente para dárselo a otro por el simple hecho de que este posee una mayor escala de supervivencia, aunque con ello llegue a significar la muerte del primero.
En estos tiempos desesperados se están tomando medidas con el fin de “minimizar” el mayor daño posible y eficientizar los recursos, sin embargo, no hay que olvidar que la bioética no debe dejarse a un lado como si fuera un lastre ya que, por el contrario, se trata de una vela que llevará al médico a tomar las mejores decisiones.
Con la saturación de pacientes que enfrentan los hospitales actualmente, queda presente una pregunta importante: cuando los recursos comiencen a agotarse, ¿quiénes tendrán derecho al uso de estos y quiénes dejarán de tenerlo? Es una pregunta profunda que la mayoría de los médicos creían que no iban a formular.
Actualmente, las políticas públicas comienzan a implementarse en un enfoque hacia un panorama en común; “el mayor bien para el mayor número de personas” dejando de lado la individualidad de los pacientes y la particularidad de sus casos, de esta forma muchos de estos pueden sentirse discriminados al ver que su vida al parecer no vale lo mismo que la de otra persona, ya que muchas de las medidas no poseen una claridad objetiva en cuanto a la ética detrás de las decisiones tomadas.
Desde un enfoque deontológico, se procede a buscar que la intención del acto a realizar sea mejor que en el fin que pueda traer. La deontología dicta que las personas actúen desde un punto de vista autónomo que pueda ser extrapolado a un sentido universal de autorregulación, formulando en sí mismo leyes morales y que se les dé a todos los pacientes un respeto intrínseco y se les deje de ver como medios, ya que son un fin en sí mismos. El personal médico debe mantenerse como defensor fiduciario de la salud, tomando decisiones imparciales y a la vez tener la flexibilidad para considerar a cada paciente como un caso único, con dignidad y respeto.
Se debe observar la posibilidad de que muchas organizaciones, en caso de que su sistema de salud fracase en su labor para controlar la pandemia, comiencen a adoptar medidas con cierto abandono ético en pro del espíritu utilitarista, de aquí que sea de vital importancia evaluarlas mediante un lenguaje de crítica y responsabilidad; mediante los ojos de los derechos humanos y de la ética en general.
La base de priorización de pacientes no debe basarse en características personales, ni en su efecto sumatorio para la salud. El objetivo que persigue un sistema de salud es proteger la vida de cada uno de sus ciudadanos de una forma imparcial.
Si a pesar de todo se optara por tomar la perspectiva utilitaria buscando así “maximizar” los beneficios, se debe utilizar una guía que sea dinámica y que no esté basada en categorías rígidas, que tome en cuenta la individualidad de los pacientes y que además empatice con puntos de vista no utilitarios, viendo lo primordial que cada vida humana posee y que no omita las consideraciones morales alrededor de la crisis.
Se debe observar la posibilidad de que muchas organizaciones, en caso de que su sistema de salud fracase en su labor para controlar la pandemia, comiencen a adoptar medidas con cierto abandono ético en pro del espíritu utilitarista, de aquí que sea de vital importancia evaluarlas mediante un lenguaje de crítica y responsabilidad; mediante los ojos de los derechos humanos y de la ética general.