Una merecida celebración para el chocolate
El chocolate, uno de los alimentos más conocidos y queridos, tuvo su origen en América, pero con el paso de los siglos se mostró capaz de conquistar a los seres humanos de todo el mundo.
Llegó el momento de festejar el Día Internacional del Chocolate, una de las golosinas más extraordinarias, codiciadas y consumidas del mundo. La mayor parte de nosotros estaríamos de acuerdo –y con razón– en que el fruto del cacao, del que se obtiene el chocolate que conocemos, es originario de América o México. Sin embargo, esta conmemoración internacional comenzó en Francia, cuando en 1995 se decidió dedicar cada 13 de septiembre a Roald Dahl, el autor del célebre relato Charlie y la fábrica de Chocolate.
Podría decirse que el cacao es un producto que nació con vocación de turista, porque nunca, desde que fue descubierto, ha dejado de viajar. Y no nos referimos al desplazamiento que este fruto americano emprendió hacia Europa para terminar transformado en chocolate a principios del siglo XVI, sino al viaje que realizó hace miles de años al salir de su humilde lugar de origen en la Amazonía sudamericana para terminar convertido en bebida ritual y exclusiva en las mesas mayas y mexicas.
El chocolate no era por entonces lo que hoy conocemos, y de hecho ni siquiera se le llamaba así. Al fruto se le conocía como cacahuatl y los pueblos originarios de Mesoamérica preparaban con él una bebida amarga, del mismo nombre, que solía consumirse a temperatura ambiente adicionada con miel, chile, achiote o la pimienta gorda, que llamaban xocoxochitl. En las mesas de las élites, donde las personas se reunían alrededor de los cantos y la poesía, al cacao se le adicionaban flores como la eloxochitl o magnolia, para aromatizarlo y otorgarle propiedades mágicas.
Cristóbal Colón llegó con el cacahuatl a España en 1504 al término de su cuarto viaje transatlántico, pero su recepción inicial en la corte de Madrid fue poco amable. El exótico fruto fue percibido como un alimento inferior por venir “de Indias”, y a ello se sumaba el incomprensible sabor amargo de la bebida, que le daba cierto toque de indignidad. Sin embargo, tras conocerse la noticia de que solo los nobles de América tenían acceso y derecho a ella y que los granos del fruto eran tan apreciados que se usaban como moneda, los españoles le dieron finalmente una oportunidad. Probablemente fue en la corte donde se intentó remediar la amargura del cacao con azúcar y, con el tiempo, terminó modificando los paladares y los ánimos cortesanos a tal grado que muy pronto se convirtió en producto de consumo exclusivo de la corte española, lo que hizo que otros nobles europeos comenzaran a codiciarlo.
En su paso por las cortes de Francia y su viaje a través de los Países Bajos con rumbo a Italia, esta bebida ganó ingredientes y sabores que lo convirtieron en el chocolate que hoy conocemos. A esta mezcla enervante y liberadora de endorfinas se le añadieron leche y especias, como la canela y la vainilla (aunque hay noticias de que en Italia se le seguía tomando con chile y achiote hasta el siglo XVIII), y así fue como el chocolate, que producía en quienes lo tomaban extrañas y cosquilleantes emociones, terminó convertido también en símbolo del amor. Hay que recordar que en esa época se debatió fuertemente si el chocolate quebrantaba el ayuno religioso y si era lícito experimentar las sensaciones que producía. El resultado fue negativo. Las autoridades emitieron una prohibición expresa del chocolate al interior de conventos y comunidades monásticas.
El tiempo no tardaría en asociarle nuevos significados y afinidades al chocolate, que hacia 1828, gracias a la ciencia y la creatividad holandesa, se tornó en el producto pulverizado que conocemos como cocoa. Habrían de pasar solo unos cuantos años más para que, en 1849, el chocolate se convirtiera en la delicia sólida que hoy disfrutamos y pronto el color rojo, símbolo ancestral del fuego, la pasión y el amor divino, sería el adecuado para envolver “bombones”. Hoy en día estas golosinas se producen con forma de corazón, se adornan con inocentes figuras de Cupido y resultan el regalo perfecto para celebrar el amor cada 14 de febrero, onomástico de San Valentín.
Ciertamente, el chocolate merece un festejo mundial. A los prodigios de este alimento delicioso contribuyeron culturas y sociedades diversas y de todos los continentes, por lo que, aunque tuvo orígenes americanos, hoy pertenece a todos los habitantes sonrientes de un planeta que no puede parar de producirlo, beberlo y comerlo.
Más información:
Dr. Alberto Peralta de Legarreta
alberto.peralta@anahuac.mx
Facultad de Turismo y Gastronomía