Francisco, el Papa de la esperanza

Liderazgo Anáhuac en Humanismo
La Dra. María Elizabeth de los Ríos comparte un texto en el que aborda el invaluable legado que dejó el Papa Francisco a través de su personalidad abierta, sincera, transparente y espontánea.
Resulta por demás ambicioso resumir el legado del Papa Francisco en estos 12 años en que hemos tenido la dicha de tenerlo entre nosotros, pero ello no exime del deseo de decir, al menos unas palabras a modo de balbuceo, sobre lo que significó su paso en nuestra Iglesia y su historia en nuestra historia.
Como cada papa, Francisco supo leer los signos de los tiempos y adentrarse en la compleja realidad de estos años para, desde ahí, no solo contemplarla sino transformarla.
Diferente a sus antecesores, tanto en su personalidad abierta, sincera, transparente y espontánea, como en su energía vibrante e incansable, así como en su modo de “sentir y gustar internamente”, el papa Francisco nos dejó un legado invaluable. Intentaré resumir algunas ideas clave de este.
Primero, en su encíclica Evangelii Gaudium expresó cuatro principios fundamentales para entender la vocación del ser humano: 1) el todo es superior a la parte, 2) la realidad es superior a la idea, 3) la unidad es superior al conflicto y el 4) tiempo es superior al espacio. En ellos, nos invita a mirar de manera integral la realidad del ser humano y la casa común que nos alberga, a generar y buscar transformaciones profundas y duraderas en lugar de nombramientos pasajeros y vanas ilusiones. Su sabiduría compartida no es una que venga únicamente del intelecto, sino de la inspiración constante y siempre nueva del espíritu que “hace nuevas todas las cosas”. Superando así la ambición humana y su afán de poder, el Papa nos exhorta a caminar, en silencio y hombro a hombro, hacia el entendimiento, la paz, la unión y la santidad.
Una segunda clave la encontramos en los gestos que lo acompañaron toda su vida, signos de que lo pequeño y cotidiano alberga el misterio de lo más grande e infinito. Desde su rechazo a vivir el palacio apostólico, a usar los zapatos rojos, su deseo de bajar a desayunar todos los días en el comedor comunitario de Santa Marta, darse sus baños de gente allá donde iba, a reconocer públicamente e incluir a las mujeres en el itinerario espiritual de la Iglesia Universal, a los indígenas y pueblos en aislamiento voluntario de la región amazónica y sus nexos profundos con la Madre Tierra y su identidad intercultural, también en las caricias a los ancianos, los besos a los enfermos, las bromas con los niños, la escucha siempre abierta y dispuesta, hasta su último gesto de haber aparecido, desprovisto de sus vestimentas oficiales, como uno más en la Basílica de San Pedro. Todos estos gestos y actitudes no son sino una herencia profunda de que en lo sencillo se encuentra lo grandioso, de que lo infinito se esconde en lo finito.
Un tercer elemento clave de su pontificado fue el haber querido y soñado con una Iglesia abierta y para todos, aún aquellos que un día ya no pudieron entrar, aún aquellos que nunca fueron bien recibidos. El anhelo profundo de Francisco fue abrir las puertas para todos, todos, todos. De aquí se desprenden otras huellas indelebles de su pontificado que bien vale la pena recordar: la predilección por los descartados, la primacía de los migrantes, su atención y misericordia con los presos, su cercanía y empatía con los enfermos, y tantos otros que encabezaban la lista de los indeseables.
Francisco acogió a todos y con ello nos enseñó que no somos nadie para juzgar y que no nos toca hacerlo; lo nuestro debe ser amar, perdonar, liberar y abrazar.
Una iglesia en salida, un hospital de campaña como solía expresar, representan mucho más que el lugar físico del templo, se refieren al lugar interior del corazón humano que desata ataduras de antaño y permite la entrada de la novedad y de la renovación. Una iglesia y un corazón abiertos de par en par.
El no quedó exento, empero, de los riesgos que esto conllevaba: fue criticado por más de uno, etiquetado como demasiado liberal por otros o bien demasiado conservador para unos más. Polémico por sus cuestionamientos y sus denuncias, por sus atrevimientos y por sus decisiones fuera del protocolo. Vivió su propio dolor, pero nunca, nunca, cerró las puertas, y con ello nos dejó la cuarta clave de su pontificado: la parresia, es decir, la valentía y audacia para alzar la voz proféticamente y denunciar lo que es contrario al Reino y no ayuda a construirlo.
Lo que no es amor sino fanatismo, lo que no es servicio sino fariseísmo, lo que no es honor sino pelagianismo, como le llamó en Gaudete et Exultate, y así, en la desnudez de sus palabras, logró descifrar lo que llamó después, refiriéndose al amor de Dios: “Primerear”. Dios siempre nos primerea, porque antes de amarlo, Él nos amó primero.
En Laudato Sí, quinta clave, nos ayudó a entender y profundizar en que la defensa de la dignidad humana pasa, ineludiblemente, por la defensa y el cuidado del medioambiente, porque somos parte de la Casa Común y porque todo está interconectado y no puede entenderse la crisis social sin la medioambiental, porque son una sola con dos caras distintas. Laudato Sí no es un grito de alarma, sino una invitación a mirar la creación con compasión y a reconocer en ella el inmenso amor de Dios para todas sus creaturas.
Quizá una de sus herencias más profundas hay que encontrarla en Fratelli Tutti, donde nos reeducó en la noción de prójimo proponiéndonos hacernos prójimos de los demás y compadeciéndonos de ellos para “mirarlos, acercarnos, curarlos y sacarlos de las orillas del camino”. El Papa Francisco nos enseñó a construir puentes y derribar muros, a trascender las fronteras y nacionalidades para salir al encuentro unos de otros y reconocernos como hermanos en función de sabernos hijas e hijos del mismo padre. Aquí una sexta clave.
No podemos dejar atrás que una de las huellas más importantes para reflexionar y seguir construyendo el papado de Francisco como católicos fue la gran reforma que hizo para introducir la noción olvidada de una Iglesia sinodal. Del 2021 al 2024 convocó a toda la Iglesia, desde sus bases hasta sus más altos estratos, para dialogar, encontrarnos, discutir y acoger que, es en la diversidad de dones y carismas donde el espíritu trabaja mejor.
Ahí, tras tres años, aún las dificultades persisten. Entrar en la dinámica de una Iglesia sinodal exige despojarse de poderes y de jerarquías y reconocernos como iguales, como hermanos en el Señor. La sinodalidad es uno de los mayores aportes del pontificado de Francisco, pero también de las agendas aún pendientes para terminarse de consolidar.
Mucho más se puede decir del Papa Francisco, pero sería interminable la lista. Tal vez algo que puede iluminar este momento, en que la mezcla de emociones parece moverse de un extremo a otro, es que el Papa Francisco antes de culminar su misión nos heredó la permanencia en la esperanza, no solo con el jubileo que vivimos este año, sino como virtud teológica que no caduca y que permite, ante el escenario actual desconcertante, albergar el cómo avanzar por entre las aguas torrenciales del odio y de la amenaza.
Fiel a su estilo, Francisco, aún con su partida a la Casa del Padre, nos invita a vivir esta Pascua con una esperanza más renovada que nunca que, frente al desasosiego imperante, sea bocanada de agua fresca, como él lo fue estos 12 años, y como cada católico estamos llamados a serlo cada día, cada instante.
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La Dra. María Elizabeth de los Rios Uriarte es maestra en Bioética y doctora en Filosofía, Técnico en Urgencias Médicas (TUM) por Iberomed A.C. y scholar research de la Cátedra UNESCO en Bioética y Derechos Humanos. Es además Miembro de la American Society for Bioethics and Humanities, del Colegio de Profesionistas posgraduados en Bioética de México, de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y Miembro de Número de la Academia Mexicana para el Diálogo Ciencia-Fe.
Ha impartido clases en niveles de licenciatura y posgrado en diversas universidades y ha participado en distintos congresos nacionales e internacionales de Filosofía y Bioética. Actualmente es profesora y titular de la Cátedra de Bioética Clínica de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México.
Referencias:
1. Aludiendo a como él mismo expresó en su autobiografía Esperanza, publicada a inicios de este 2025. P. 352.
2. En conformidad con la forma en que recomienda San Ignacio orar en sus Ejercicios Espirituales donde afirma: “no el mucho saber harta y satisface el alma sino el sentir y el gustar las cosas internamente”. Cfr. San Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales. No. 2.
3. SS. Francisco. 2013. Evangelii Gaudium. Tomado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
4. En la tumba de San Ignacio de Loyola, en la Iglesia de IlGesú, en Roma, está inscrito, a modo de epitafio: “Cosa divina es no estar ceñido por lo más grande y, sin embargo, estar contenido entero en lo más pequeño”.Cfr. Espiritualidad ignaciana. Tomado de https://espiritualidadignaciana.org/non-coerceri-maximo-contineri-tamen-a-minimo-divinum-est/. Fecha de última consulta: 22 de abril del 205.
5. S.S. Francisco, 2017. Gaudete et Exultate. Disponible en: https://www.vatican.va/content/francesco/en/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20180319_gaudete-et-exsultate.html
6. S.S. Francisco, 2015. Laudato Sí. Disponible en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
7. S.S. Francisco, 2020. Fratelli Tutti. Disponible en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
8. Así solía firmar sus cartas San Ignacio de Loyola cuando las dirigía hacia sus compañeros que comenzaron, con él, el recorrido para la conformación de la hoy Compañía de Jesús: Francisco Javier, Pedro Fabro.
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Dra. María Elizabeth de los Ríos Uriarte
bioetica@anahuac.mx
Facultad de Bioética