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Pensar y gestar un mundo abierto: el llamado del Papa frente a las crisis migratorias



Pensar y gestar un mundo abierto: el llamado del Papa frente a las crisis migratorias

La Dra. María Elizabeth de los Ríos realiza un profundo análisis sobre la migración y el llamado de Su Santidad en la encíclica Fratelli Tutti sobre la necesidad de hacernos prójimos con el otro.

 

 

La Dra. María Elizabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de nuestra Universidad Anáhuac México, hace un llamado a la acción global solidaria que acoja, promueva, defienda y proteja la vida de los refugiados y desplazados a partir de la encíclica Fratelli Tutti, artículo que comparte con la Comunidad Universitaria.

 

Pensar y gestar un mundo abierto: el llamado del Papa frente a las crisis migratorias

 


Las imágenes desgarradoras de la última semana donde migrantes marroquíes anhelan llegar a las costas de Ceuta, España, reflejan el dolor humano profundo y desesperado por un lado y, por el otro, la indiferencia que nos abate y la esperanza que la rompe en un instante.

 

Luna, la voluntaria de la Cruz Roja que trasciende lo esperado de ella y es capaz de brindar una acogida de brazos abiertos al migrante que se aferra a ella en un intento por salvarse, son el signo particular de la esperanza a la que estamos llamados todos en este momento de la historia.

 

En su informe “Tendencias globales: desplazamiento forzado en 2019”, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) arroja datos alarmantes: 79.5 millones de personas desplazadas en el mundo a fines de 2019, de estos, el 40% aproximadamente está conformado por niñas y niños. El 68% proviene de países en desarrollo y con conflictos armados o situaciones intolerables de violencia, encabezando la lista Siria y siguiéndole Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Myanmar y, de todos estos millones de personas, solo 1.1 millón lograron ser reasentados por otros países.

 

La situación a nivel mundial amerita una reflexión seria y comprometida tanto en lo individual como en lo colectivo, pues estas personas en tanto no obtengan una nacionalidad que los acredite como ciudadanos bajo la protección de un país y su aparato jurídico, quedan a merced del no reconocimiento que puede acarrear consecuencias tan fatídicas como el hambre y la desnutrición, la falta de atención médica, la exposición a abusos sexuales y psicológicos, y una pobreza extrema. En resumen, los refugiados y desplazados quedan reducidos a cosas tanto en su visibilidad como en el ejercicio de sus derechos.

 

El Papa Francisco nos habla en su encíclica Fratelli Tutti de la necesidad de hacernos prójimos con el otro (FT, 80), de salir a las fronteras y acoger a los extranjeros no como migrantes, sino como personas frente a las cuales estoy obligado a hacerme prójimo. Esta sutil diferencia consiste en no poner el acento del prójimo fuera de mí, sino dentro, es decir, en sentirme prójimo en primer lugar y desde ahí, salir al encuentro del otro.

 

En ese abrazo que unió a Luna con el migrante, se dio el sentido más profundo de la fraternidad: no fue el abrazo de ella o el abrazo de él, fue el gesto del abrazo que unió dos mundos, dos personas, dos países más allá de las fronteras físicas y geográficas. La misericordia se encontró con el sufrimiento y supo acogerlo para sanarlo.

 

La pandemia por COVID-19 ha provocado el cierre de fronteras que, a su vez, ha ocasionado un estancamiento en los desplazamientos, condiciones de hacinamiento poco salubres y la imposibilidad de recurrir a mecanismos jurídicos como la petición de asilo en otros países. Así, las personas quedan resignadas o bien a tener que regresar a sus ciudades de origen en donde corren un altísimo riesgo para su vida física y su integridad psicológica o a vivir perennemente en la frontera o en campos de refugiados, que también están expuestos a sufrir peligro como el incendio –provocado– del campo de Moira en 2020.

 

La acción requerida implica unión de esfuerzos en la arena internacional en primer lugar y en la conversión personal en segundo lugar. Los antecedentes históricos en documentos internacionales han sido, en 2016, la Declaración de Nueva York para los refugiados y los migrantes de donde se emitió posteriormente el marco de respuesta integral para los refugiados y, finalmente, los estados miembros de las Naciones Unidas adoptaron y firmaron un Pacto Mundial sobre refugiados en 2018.

 

Sin embargo, según la ACNUR, de 2018 a 2019 las cifras de refugiados y desplazado se triplicaron . Algunos avances se han tenido tales como concientizar a otros países para que acojan a estas personas, iniciativas para salvaguardar el acceso y ejercicio de sus derechos fundamentales tales como la educación, vivienda y acceso a la salud, y fortalecimiento de estrategias que incluyen, entre otras cosas, planes de mejoramiento e intervención en sus países de origen para asegurarles un retorno seguro. A pesar de estos pasos, los números de desplazados siguen creciendo, lo que deja en entredicho que solamente la acción gubernamental y de las organizaciones internacionales pueda atender la grave crisis humanitaria.

 

Transitar hacia un entendimiento de la acción global como acción solidaria que acoja, promueva, defienda y proteja la vida de los refugiados y desplazados tiene que pasar, necesariamente, por un reconocimiento de la propia e individual vulnerabilidad. Nadie está exento de sufrir las consecuencias de un conflicto armado ni las persecuciones políticas, por ende, todos debemos entender que lo que nos hermana es más fuerte y sólido que lo que nos divide. Al final, son nuestras heridas comunes y compartidas las que nos hermanan más.  

 

Esta crisis no es un problema de unos cuantos países que, por sus fronteras, son más proclives a recibir personas en situación de peligro, sino no de todos los países y de todas las personas, por ello, bajo el amparo de la solidaridad y de la fraternidad, debemos trabajar por ofrecer mejores condiciones de vida al interior de nuestros países para no forzar a nadie a tener que huir de ellos y, al tiempo, ofrecer espacios de acogida que sean capaces de integrar y de respetar la dignidad de todos, vengan de donde vengan. Esto solo es posible a partir de la puesta en práctica del amor existencial (FT, 97) del que habla el mismo Francisco y que no se ciñe a un espacio geográfico, sino que trasciende las fronteras y las desdibuja.

 

En conclusión, la participación social de actores individuales, de sectores y organizaciones no gubernamentales, de asociaciones civiles de integración y acogida, del sector educativo en todos sus niveles y de tantas personas en su acción diaria, resultan imprescindibles para voltear la mirada hacia el sufrimiento del que tiene que dejar su país y ayudar a reconstruir las condiciones que permitan su efectiva integración y pleno reconocimiento de su dignidad humana.

 

Un pueblo solo es más fecundo cuando es capaz de integrar con creatividad a los otros (FT, 39), advierte el Papa, y es por eso que, hoy, más que nunca, cuando hemos tocado la natural fragilidad humana, estamos llamados a pensar y gestar un mundo abierto (FT, 89).

 


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La Dra. María Elizabeth de los Ríos Uriarte es Maestra en Bioética y Doctora en Filosofía, Técnico en Urgencias Médicas (TUM) por Iberomed A.C. y scholar research de la Cátedra UNESCO en Bioética y Derechos Humanos. Es además Miembro de la American Society for Bioethics and Humanities, del Colegio de Profesionistas posgraduados en Bioética de México, de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y Miembro de número de la Academia Mexicana para el Diálogo Ciencia-Fe.

 

Ha impartido clases en niveles licenciatura y posgrado en diversas universidades y ha participado en distintos congresos nacionales e internacionales de Filosofía y Bioética. Actualmente es profesora y titular de la Cátedra de Bioética Clínica de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México.


 


Más información:
Facultad de Bioética
Dra. María Elizabeth de los Ríos Uriarte
bioetica@anahuac.mx