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El sentido humano del dolor y la pregunta por la eutanasia en México

El sentido humano del dolor y la pregunta por la eutanasia en México

12 de septiembre de 2025
Autor: Juan Manuel Palomares Cantero
English version

 

Introducción

Hablar de eutanasia en México no es hablar solo de leyes ni de protocolos médicos, sino de vidas concretas atravesadas por el dolor, la fragilidad y la búsqueda de sentido. Detrás de cada debate público hay rostros y nombres que expresan el cansancio de una enfermedad prolongada y el anhelo de ser escuchados en su sufrimiento. Estas historias han conmovido a la sociedad, pues muestran que la pregunta por la eutanasia no surge de la teoría, sino de la experiencia límite de quienes enfrentan día a día la vulnerabilidad de la existencia.

El caso de Samara Martínez1 es uno de esos testimonios que han logrado resonar más allá del ámbito clínico. Su lucha contra la insuficiencia renal y los fracasos sucesivos en trasplantes, sumada a la dependencia diaria de largas horas de diálisis, ha dado visibilidad a una realidad dura que muchas personas comparten en silencio. A través de su campaña pública, Samara ha impulsado un movimiento que busca legalizar la eutanasia y que ha generado, a la vez, solidaridad y resistencia. Su voz encarna el peso del dolor, pero también la urgencia de una sociedad que necesita discutir con seriedad el sentido de la vida en la enfermedad y la cercanía de la muerte2.

La bioética se ofrece como un horizonte necesario para este diálogo, no para imponer respuestas únicas, sino para iluminar la complejidad de la experiencia humana en sus momentos más frágiles. Reflexionar desde la bioética significa preguntarnos qué significa cuidar, acompañar y respetar la vida cuando se ve amenazada por el dolor persistente. También implica reconocer que la dignidad humana no se pierde en la enfermedad, y que la verdadera compasión no puede confundirse con la eliminación de la vida. Desde esta perspectiva, el debate sobre la eutanasia se convierte en una invitación a pensar en la justicia, la solidaridad y la responsabilidad que tenemos, como sociedad, frente a quienes atraviesan el límite del sufrimiento.

 

La eutanasia en el contexto mexicano

La experiencia vital de Samara Martínez, expuesta con valentía en redes sociales y medios de comunicación, dio origen a la iniciativa ciudadana Ley Trasciende3, orientada a impulsar el reconocimiento de la eutanasia como una opción legal en México. La propuesta ha tenido un notable eco social, generando un respaldo creciente en diversos sectores, aunque también ha suscitado críticas y resistencias que evidencian la profunda controversia que rodea al tema.

En términos jurídicos, México ha avanzado en la regulación de los cuidados paliativos y de la voluntad anticipada, con leyes estatales que permiten rechazar tratamientos desproporcionados o fútiles. No obstante, la eutanasia activa y el suicidio asistido permanecen fuera del marco legal. Su incorporación supondría un cambio profundo en la manera de entender el valor de la vida y la dignidad en el país, donde confluyen tradiciones culturales y religiosas que históricamente han afirmado la sacralidad de la existencia. Por ello, la discusión trasciende lo estrictamente normativo y se convierte en un cuestionamiento ético y cultural que interpela a la sociedad en su conjunto.

A estas consideraciones se suma una realidad que complejiza el panorama: la desigualdad estructural en el acceso a la salud. Miles de pacientes carecen de tratamientos continuos, de servicios de cuidados paliativos o de acompañamiento psicológico adecuado. Según el Atlas de Cuidados Paliativos en Latinoamérica 2020, apenas el 7 % de quienes los necesitan en la región los reciben4. Este dato muestra que la carencia no es aislada, sino estructural, y que antes de abrir la puerta a la eutanasia la prioridad ética debería ser garantizar un acceso universal y digno a estos cuidados.

Presentarla como alternativa oculta la verdadera urgencia: garantizar justicia social, acceso equitativo a la atención médica y una cultura sólida del cuidado. Por ello, la cuestión central no es legalizar la eutanasia, sino preguntarnos si como sociedad estamos dispuestos a crear las condiciones que permitan a toda persona vivir y morir con dignidad, sin reducir su valor a la ausencia de sufrimiento o a la disponibilidad de recursos5.

 

La bioética como marco de análisis

La bioética surge en este debate como un espacio de encuentro entre el dolor humano y la responsabilidad colectiva. No se limita a discutir si una práctica debe ser permitida o prohibida, sino que se adentra en la pregunta más profunda: ¿qué significa respetar la vida y acompañar a quien sufre? Su valor está en ofrecer criterios que iluminan decisiones en escenarios de vulnerabilidad, recordándonos que el sufrimiento no puede mirarse solo desde la técnica o la norma, sino desde la dignidad de la persona que lo padece.

Este horizonte parte de una convicción clara: la dignidad humana no se pierde en la enfermedad ni en la dependencia. Incluso en la fragilidad, la persona conserva su valor, y es esa certeza la que obliga a pensar en alternativas que protejan y acompañen sin reducir la vida a un cálculo de utilidad. En este sentido, la bioética orienta la reflexión hacia prácticas que sostengan la dignidad —como los cuidados paliativos integrales, la atención psicológica y el acompañamiento familiar— frente a la tentación de resolver el dolor mediante la supresión de la vida.

La bioética, además, abre un diálogo con la justicia y la solidaridad. No basta con reconocer la autonomía individual; es necesario garantizar condiciones sociales y sanitarias que permitan que las decisiones sean realmente libres y no fruto del abandono6. Aquí radica la importancia de verla como un marco crítico: nos invita a cuestionar si una sociedad que no ofrece acceso universal a la salud puede hablar de libertad en la elección de morir. De esta manera, el análisis bioético no clausura el debate, sino que lo eleva, subrayando que la verdadera compasión consiste en acompañar el dolor con responsabilidad y cuidado, sin dejar de afirmar el valor de la vida.

 

Dignidad humana, corporeidad y respeto a la vida

La reflexión sobre la eutanasia no puede desligarse de la comprensión de la dignidad humana. Esta no depende del estado de salud, de la autonomía funcional ni de la productividad social: acompaña a la persona a lo largo de toda su existencia y se mantiene incluso en la enfermedad, la dependencia o la vulnerabilidad extrema. Reconocer la dignidad significa afirmar que cada vida merece cuidado y respeto, sin importar las limitaciones que la acompañen. Desde ahí, el debate se sitúa no en la utilidad de prolongar o acortar la vida, sino en cómo asegurar que esa vida, frágil y a veces sufriente, sea tratada siempre como valiosa.

El cuerpo, lejos de ser un mero soporte biológico, forma parte esencial de la identidad de la persona. Es en la corporeidad donde cada ser humano se relaciona, trabaja, ama y sufre. Por ello, reducir el cuerpo a un instrumento disponible pone en riesgo la comprensión integral de lo humano. Cuidar la corporeidad no significa prolongar la vida a cualquier costo, sino reconocerla como el espacio donde se juega la dignidad y la historia de cada persona. Esta mirada ayuda a comprender que el respeto a la vida física es un deber ético irrenunciable, pues constituye la base de toda experiencia humana.

Desde esta perspectiva, disponer directamente de la vida —como en la eutanasia— plantea una objeción ética de fondo. El verdadero desafío no consiste en eliminar la vida cuando se hace frágil, sino en generar condiciones sociales, médicas y familiares que permitan a la persona vivir sus últimos momentos con acompañamiento y sentido7. El respeto a la vida en su vulnerabilidad no es una carga, sino la expresión más clara de nuestra humanidad compartida. Es aquí donde se prueba la capacidad de una sociedad para sostener a sus miembros más débiles y afirmar, con hechos, que la dignidad no se pierde jamás. Como recordaba Viktor Frankl, “la vida conserva su sentido bajo cualquier circunstancia, incluso en el sufrimiento más extremo”8.

 

Conclusiones

El debate sobre la eutanasia en México revela la tensión entre el sufrimiento humano y la necesidad de respuestas éticas que estén a la altura de esa realidad. El testimonio de Samara Martínez, con su valentía al hacer visible su dolor, ha colocado en el centro de la conversación pública una pregunta que no puede eludirse: ¿cómo acompañar la vida cuando se enfrenta a la fragilidad extrema? Su voz interpela a una sociedad que con frecuencia prefiere callar o mirar hacia otro lado ante la enfermedad y la dependencia, y nos recuerda que el sentido humano del dolor no puede ser reducido a un mero trámite jurídico.

La reflexión bioética nos enseña que la dignidad humana no desaparece en la enfermedad y que la verdadera compasión no consiste en eliminar la vida, sino en generar condiciones para vivirla con apoyo y cuidado hasta el final. La corporeidad, como espacio donde la persona ama, sufre y se relaciona, merece respeto y protección, aun cuando se encuentre marcada por el desgaste o la debilidad.

Por ello, más que legalizar la supresión de la vida, el reto es construir una sociedad que garantice justicia, equidad y solidaridad. Una sociedad capaz de sostener a los más vulnerables será también aquella que reconozca, en cada persona, un valor que nunca se pierde. El caso de Samara, en su dolor y en su esperanza de ser escuchada, debe ser comprendido como un llamado urgente a no abandonar a quienes sufren, sino a fortalecer los caminos de cuidado y acompañamiento que afirmen la vida en toda circunstancia. Como enseñaba Cicely Saunders, “no siempre se puede añadir días a la vida, pero sí vida a los días”9.

 

Juan Manuel Palomares Cantero es abogado, maestro y doctor en Bioética por la Universidad Anáhuac, México. Fue director de Capital Humano, director y coordinador general en la Facultad de Bioética. Actualmente se desempeña como investigador en la Dirección Académica de Formación Integral de la misma Universidad. Es miembro de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y de la Federación Latinoamericana y del Caribe de Instituciones de Bioética. Este artículo fue asistido en su redacción por el uso de ChatGPT, una herramienta de inteligencia artificial desarrollada por OpenAI.


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1. Alín, P. (5 de septiembre de 2025). Samara Martínez, la voz por la eutanasia en México: “Elegir una muerte digna también es vivir con dignidad”. El País.

2. Buriticá-Arango, Esteban. (2023). Eutanasia, suicidio asistido y derechos humanos: un estudio de jurisprudencia comparada. Derecho PUCP, (91), 9-41. Epub 29 de noviembre de 2023. https://dx.doi.org/10.18800/derechopucp.202302.001 

3. Ramírez González, M. A. (5 de septiembre de 2025). Ley Trasciende: morir con dignidad, vivir con libertad. El Sol de Cuernavaca. 

4. Organización Panamericana de la Salud. (2020). Atlas de cuidados paliativos en Latinoamérica 2020. OPS. 

5. Aguilera Izaguirre, G., & Caballero Alonso, A. del P. (2023). Análisis jurídico sobre la eutanasia como libertad de elección a una vida digna en México. Nuevo Derecho, 19(32), 1–11. https://doi.org/10.25057/2500672X.1469 

6. Palomares Cantero, J. M. (2024). Desafíos bioéticos de las políticas públicas ante el envejecimiento poblacional en Latinoamérica. Medicina Y Ética, 35(2), 374–428. https://doi.org/10.36105/mye.2024v35n2.03 

7. Dicasterio para la Doctrina de la Fe. (2024, abril 8). Dignitas infinita sobre la dignidad humana. Sala Stampa della Santa Sede. 

8. Frankl, V. E. (2004). El hombre en busca de sentido (17.ª ed.). Barcelona: Herder. (Obra original publicada en 1946 como Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager). 

9. Saunders, C. (2001). The evolution of palliative care. Patient Education and Counseling, 41(1), 7–13.

 


Más información:
Centro Anáhuac de Desarrollo Estratégico en Bioética (CADEBI)
Dr. Alejandro Sánchez Guerrero
alejandro.sanchezg@anahuac.mx