4 de diciembre de 2024
Autor: Juan Manuel Palomares Cantero
¿Alguna vez te has detenido a pensar qué significa realmente la dignidad humana y cómo influye en nuestras vidas diarias? Este concepto, que parece abstracto, es en realidad el pilar que sostiene nuestros derechos y deberes como sociedad. La dignidad no solo define nuestra esencia como seres humanos, sino que también guía nuestras acciones y decisiones, especialmente en campos tan sensibles como la bioética. Vivimos rodeados de desigualdades y los dilemas éticos están a la orden del día. Ante ello, es fundamental reflexionar sobre cómo este principio nos ayuda a enfrentar los desafíos actuales y a construir una convivencia más justa y respetuosa.
La dignidad humana es un tema central en el debate sobre los derechos humanos y su aplicación en la vida cotidiana. Más allá de las declaraciones y principios jurídicos, es una idea que apela a lo más profundo de nuestra convivencia y respeto mutuo. Es un concepto que nos invita a reconocer el valor inherente de cada persona, independientemente de su condición social, capacidades o circunstancias. Sin embargo, su significado y alcance no siempre son claros, y su interpretación puede variar según el contexto cultural, ético o político. Esto abre la puerta a reflexiones sobre cómo la dignidad se relaciona con conceptos fundamentales como calidad de vida, vida y muerte digna, y cómo podemos garantizar su respeto en nuestras acciones diarias.
La dignidad humana puede entenderse desde dos perspectivas complementarias: una dignidad ontológica y una dignidad ética. La dignidad ontológica está arraigada en la naturaleza misma del ser humano, inherente e inmutable, derivada de su condición de ser racional, libre y capaz de trascender. Esta dignidad no depende de las acciones, capacidades o circunstancias externas de una persona, sino que se fundamenta en su esencia como ser humano. Es universal, indivisible e igual para todos, y constituye el fundamento sobre el cual se deben construir los derechos humanos. En este sentido, el estudio del genoma humano ha revelado que todos los seres humanos compartimos más del 99.98% de nuestra información genética, lo que evidencia científicamente nuestra igualdad esencial como especie. Reconocer esta dignidad implica aceptar que toda persona tiene un valor intrínseco que no puede ser reducido ni negociado.
Por otro lado, la dignidad ética se relaciona con el desarrollo personal y las decisiones que el ser humano toma a lo largo de su vida. Es una dignidad que se construye y se manifiesta a través de la conducta, el compromiso con el entorno y la contribución al bienestar de los demás. Esta dimensión ética de la dignidad está vinculada con la responsabilidad individual y colectiva, ya que depende de cómo cada persona elige vivir conforme a valores como la justicia, la solidaridad y el respeto por los demás.
La distinción entre estas dos dimensiones es fundamental. Mientras que la dignidad ontológica es inalienable y debe ser reconocida en toda persona sin excepción, la dignidad ética es dinámica, varía según las elecciones y circunstancias de la vida, y puede reforzar o debilitar la percepción de la dignidad de un individuo en un contexto social. Sin embargo, estas dos perspectivas no deben contraponerse, sino integrarse: la dignidad ética encuentra su fundamento y sentido último en la dignidad ontológica.
En el marco de los derechos humanos, es fundamental afirmar que los principios y normas que protegen a la persona deben basarse en la dignidad ontológica, pues este reconocimiento evita cualquier discriminación o exclusión. A partir de esta base, se puede promover una cultura ética que inspire a las personas a vivir de manera que refuercen tanto su propia dignidad como la de los demás, construyendo una sociedad más justa y solidaria.
La dignidad humana, como concepto fundamental en la bioética y los derechos humanos, tiene una relevancia especial en la vida cotidiana. En su marco de referencia, este principio guía nuestras decisiones y acciones en situaciones concretas que afectan la integridad, el bienestar y los derechos de las personas. La dignidad no es un concepto abstracto reservado para los textos legales o los debates académicos; se manifiesta en cada interacción, decisión y política que involucra a los seres humanos.
En el ámbito de la bioética, la dignidad sirve como un eje rector para enfrentar dilemas complejos relacionados con el cuidado de la salud, el inicio y el final de la vida, y el acceso a tecnologías médicas avanzadas. Por ejemplo, en la atención médica, garantizar la dignidad implica respetar la autonomía del paciente, ofrecer cuidados basados en la empatía y proporcionar un trato justo y equitativo. La bioética subraya la importancia de proteger no solo la vida física de una persona, sino también su sentido de valor y respeto, especialmente en situaciones de vulnerabilidad, como una enfermedad terminal o una discapacidad.
Desde la perspectiva de los derechos humanos, la dignidad humana actúa como el fundamento ético y jurídico que sustenta la protección de las libertades fundamentales y los derechos universales. En la vida cotidiana, esto se traduce en garantizar condiciones que permitan a cada persona desarrollar su potencial, vivir con seguridad y acceder a oportunidades sin discriminación. La dignidad en este contexto exige el reconocimiento de las necesidades básicas de las personas, como la alimentación, la salud, la educación y la vivienda, así como el respeto por sus decisiones y creencias.
Un caso paradigmático es el debate sobre la muerte digna. La dignidad humana, en este contexto, no se reduce a mantener la vida a toda costa, sino a asegurar que el final de la vida esté acompañado de respeto, alivio del sufrimiento y consideración por la voluntad del individuo. Esta visión desde la bioética y centrada en los derechos humanos busca equilibrar la autonomía personal con la responsabilidad de la sociedad de proteger y acompañar a sus miembros en los momentos más críticos.
En la vida cotidiana, el desafío de vivir según el principio de la dignidad humana implica preguntarnos cómo nuestras acciones afectan a los demás. ¿Respetamos su valor intrínseco en nuestras relaciones laborales, familiares o sociales? ¿Estamos contribuyendo a un entorno que promueve la justicia y el bienestar? La dignidad humana, cuando se entiende como un principio práctico, nos invita a actuar con respeto, empatía y compromiso con el bien común, no solo como un deber ético, sino como una condición indispensable para construir una sociedad más equitativa y respetuosa.
Enfrentar los retos actuales para respetar los derechos humanos desde una visión congruente con la dignidad ontológica requiere un análisis profundo de las dinámicas sociales, económicas y políticas que vulneran este principio fundamental. La dignidad, entendida como inherente a la naturaleza humana, debería ser el punto de partida para toda acción que busque garantizar los derechos de las personas. Sin embargo, en la práctica, diversas estructuras de poder y desigualdad erosionan este reconocimiento esencial, generando tensiones éticas que desafían tanto a los individuos como a las instituciones.
Uno de los retos más urgentes es la creciente desigualdad económica, que amplía la brecha entre quienes tienen acceso a una vida digna y quienes son excluidos de las condiciones mínimas para desarrollarse plenamente. Millones de personas carecen de recursos básicos como alimentación, vivienda y atención médica, lo que no solo afecta su calidad de vida, sino que pone en cuestión su capacidad de ejercer derechos fundamentales. Este problema se agrava en contextos donde las políticas públicas fallan en priorizar el bienestar de los más vulnerables, olvidando que la dignidad ontológica exige garantizar un trato equitativo a todos, independientemente de su posición social o económica.
Además, la instrumentalización de la dignidad en discursos políticos representa otro desafío significativo. En muchos casos, el concepto se utiliza de manera ambigua o incluso manipuladora, justificando medidas que, lejos de proteger los derechos humanos, los restringen. Ejemplos de esto incluyen legislaciones que deshumanizan a los migrantes, restricciones al acceso a servicios de salud o decisiones que marginan a comunidades indígenas en nombre del "progreso". Estas acciones revelan cómo la falta de un entendimiento claro y ético de la dignidad puede derivar en prácticas que contradicen su esencia.
Otro ámbito crítico es la atención médica y las decisiones bioéticas relacionadas con la vida y la muerte. Los avances tecnológicos en salud presentan oportunidades, pero también dilemas que deben resolverse con base en el respeto por la dignidad ontológica. La presión por maximizar la eficacia de los recursos o priorizar ganancias económicas en sistemas de salud puede llevar a tratar a los pacientes como simples cifras, olvidando que cada persona es un fin en sí misma. Esto se manifiesta en situaciones como el acceso desigual a medicamentos, la falta de cuidados paliativos adecuados y las controversias sobre la eutanasia y el suicidio asistido, donde las tensiones entre autonomía individual y responsabilidad social exigen un equilibrio delicado.
Asimismo, la crisis ambiental pone en riesgo la dignidad humana de las generaciones actuales y futuras. La degradación del medio ambiente afecta de manera desproporcionada a los más vulnerables, negándoles las condiciones necesarias para vivir con dignidad. Desde la falta de agua potable hasta los desplazamientos forzados por desastres naturales, los efectos de esta crisis exigen un compromiso ético que reconozca la interconexión entre la dignidad humana y el cuidado del planeta. Proteger la dignidad ontológica implica también salvaguardar el entorno en el que esta dignidad se desarrolla. Enfrentar estos retos demanda un esfuerzo colectivo para reconfigurar nuestras prioridades éticas y políticas. La dignidad ontológica, como fundamento de los derechos humanos, debe ser el criterio que oriente tanto las decisiones individuales como las acciones institucionales. Esto significa construir estructuras que reconozcan y respeten el valor inherente de cada persona, promoviendo políticas inclusivas, fortaleciendo la justicia social y fomentando una cultura de respeto mutuo. En última instancia, la humanidad solo podrá superar estas crisis si actúa con coherencia frente al principio de dignidad que nos une y nos define.
En conclusión, la dignidad humana, en sus dimensiones ontológica y ética, es el pilar sobre el cual se edifican los derechos humanos y las prácticas bioéticas. Reconocer y respetar esta dignidad en la vida cotidiana nos obliga a cuestionar nuestras acciones y las estructuras sociales que perpetúan la desigualdad y la injusticia. Solo a través de un compromiso genuino con este principio podremos construir una sociedad que valore y proteja a cada individuo, garantizando una existencia plena y respetuosa para todos.
Juan Manuel Palomares Cantero es abogado, maestro y doctor en Bioética por la Universidad Anáhuac, México. Fue director de Capital Humano, director y coordinador general en la Facultad de Bioética. Actualmente se desempeña como investigador en la Dirección Académica de Formación Integral de la misma Universidad. Es miembro de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y de la Federación Latinoamericana y del Caribe de Instituciones de Bioética. Este artículo fue asistido en su redacción por el uso de ChatGPT, una herramienta de inteligencia artificial desarrollada por OpenAI.
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Más información:
Centro Anáhuac de Desarrollo Estratégico en Bioética (CADEBI)
Dr. David Cerdio Domínguez
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