Misteriosos son los caminos de la política internacional en medio de una pandemia global, crisis económica generalizada, desaceleración de la vida cotidiana, cambios radicales en la manera de relacionarnos como seres humanos y con respecto a la biósfera que compartimos, encaminados hacia la debacle ambiental y la incertidumbre climática. Sin embargo, dichos fenómenos nos dan muestra constante de la profunda interdependencia entre los actores del sistema internacional y la mutua influencia de los acontecimientos al interior de las fronteras nacionales de un país determinado y las repercusiones en el extremo opuesto del globo.
La interdependencia de México y Estados Unidos, en cambio, es la crónica de una tragedia anunciada desde tiempos del porfiriato, cuando Porfirio Díaz se lamentaba diciendo “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
Pero ya fuera Díaz o García Naranjo, la expresión popular evidencia un tanto de la verdadera relación que hemos sostenido con nuestro vecino del norte desde que ambos conquistamos nuestras independencias. En la actualidad, frente al cambio de gobierno en los Estados Unidos, no podemos sino preguntarnos sobre el futuro de nuestro país en el nuevo escenario, sobre las agendas compartidas y posibles desencuentros en el escenario global en el que México y Estados Unidos se pudieran encontrar en polos opuestos o no para enfrentar los problemas globales. Ante este nuevo capítulo de la relación bilateral la pregunta en el aire es: ¿México será prioritario para Biden?
Existe una cantidad de posturas encontradas que van desde las miradas catastróficas hasta futuros idílicos con algunas reservas en las diferencias irreconciliables. Sin embargo, es fundamental cotejar las agendas globales con las agendas locales para entender que, sin importar el panorama, a Estados Unidos le conviene mantener a sus amigos cerca, sobre todo cuando con ese amigo compartes una frontera de 3,169 km que va desde el Pacífico hasta el Golfo de México.
Contrario a la perspectiva pesimista de algunos analistas que aseguran que el gobierno de Joe Biden no considerará una prioridad la relación con México, puesto que tendrá un mayor enfoque en la recuperación económica, la atención a la pandemia de Covid-19 y agenda multilateral con China, Rusia y sus aliados de Europa, considero pertinente recordar que México se consolidó como el primer socio comercial de Estados Unidos, alcanzando un intercambio de 337.481 millones de dólares en los primeros ocho meses del 2020, según datos de la Secretaría de Economía. En temas de la atención a la pandemia, también es necesario señalar que la mencionada frontera es también la más transitada del mundo, con un millón de personas y hasta 300 mil vehículos diarios que llegaron a hacer el cruce en lo diferentes puntos que conectan a nuestros países. Esto sin considerar aún las implicaciones del intercambio y flujo turístico que recibimos año con año y que nos deja en un territorio compartido donde acontece una pandemia que cada uno enfrenta desde sus respectivas fuerzas y capacidades, pero donde no se puede negar la interconexión e interdependencia.
Las posibilidades de cooperar en lo multilateral plantean otro posible escenario, a lo que conviene revisar el historial de trabajo e ideales de Antony Blinken para comenzar a proyectar la política exterior de los Estados Unidos. Una vez aprobado por el Senado (formalidad protocolaria), el nuevo Secretario de Estado promete llevar al gigante del norte a una nueva era donde la diplomacia retome el fulgor con el que se reconocía a los Estados Unidos en las etapas más idealistas de su historia y que colocó al país en la mira de sus adversarios históricos, debido a la falta de habilidad para llevar las relaciones internacionales hacia el logro de los objetivos nacionales, siguiendo la tradicional pauta pragmática que identifica a los Estados Unidos desde que decidió irrumpir en el escenario global de manera tardía en la Primera Guerra Mundial, lo que le permitió a Woodrow Wilson la reelección y el postular sus famosos 14 puntos para el nuevo orden mundial.
A nivel de análisis del Estado, podemos encontrar también ciertas similitudes favorables para la relación bilateral. Y es que, a pesar de que la izquierda estadounidense no tuvo la fuerza suficiente para ganar la postulación del partido demócrata, sí encontramos que personajes como Elizabeth Warren y Bernie Sanders tuvieron gran influencia en el fortalecimiento de la candidatura de Biden y su posterior triunfo en las elecciones. Las agendas de políticas sociales que vienen con el nuevo gobierno de Biden coinciden discursivamente con la postura del Gobierno de México y se intensifican cuando llegamos a temas tan controversiales como la abolición del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) en Estados Unidos y el reconocimiento de la migración como un Derecho Humano.
Aunque es evidente que hay diferencias que podrían dificultar el desenvolvimiento de las relaciones en la agenda laboral o la energética, por ejemplo, existen elevadas expectativas en el discurso del presidente de los Estados Unidos que nos permiten caminar con optimismo. Al haberse comprometido en campaña con la regularización de los miles de migrantes que llegaron siendo menores de edad al país, Biden arrancó una nueva ruta en el compromiso con los Derechos Humanos, lo que también representa un fuerte escenario que podría modificar el marco normativo y la lógica de la relación bilateral con México; mientras que el compromiso del combate al cambio climático nos pone en una de esas agendas donde México está comprometido por tratados y acuerdos, pero en los planes de desarrollo seguimos proyectando prácticas insostenibles. Tal vez, el nuevo presidente de Estados Unidos sea un incentivo positivo para apegarnos cada vez más a nuestros compromisos nacionales con el Acuerdo de París, la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible y el propio T-MEC.
Es importante recordar que el presidente Biden es un hombre de 78 años que, con certeza, no se postulará a las elecciones del 2024, cuando tenga 82 años. Por lo que entendemos que el gobierno de Biden será un gobierno de transición que permita la apertura de nuevas agendas allá donde el presidente Trump se ocupó de cerrar caminos e intentar construir muros. Sin embargo, el proyecto demócrata parece enfocarse en la vicepresidenta Kamala Harris.
Más allá de sus características físicas que transgreden la tradición estadounidense en el puesto más importante del gabinete presidencial, Kamala fungirá como el posible voto de desempate en el Senado y la posible futura apuesta del partido demócrata para las elecciones 2024.
Los orígenes, contexto e historia de Kamala Harris se convierten en un símbolo de esperanza para la posible continuidad en el proyecto de gobierno de Biden y con esto, la continuidad tan deseada desde el gobierno de México.
Para concluir, México sí estará en una agenda orgánicamente prioritaria para los Estados Unidos. Puede aprovecharse el impulso de la ola multilateral - prometida por el cambio de gobierno - o arriesgarnos a perder pertinencia diplomática y disminuir nuestra capacidad de incidencia política internacional. México está ante la disyuntiva de apoyar a su socio comercial para recuperar el escenario global y crecer juntos dada la inmensa interdependencia, o permanecer en la banca como el aliado que rinde pleitesía, pero sin voluntad política propia. Estimo que la postura de nuestro gobierno será la primera.
El futuro de la relación entre México y Estados Unidos dependerá de nuestra capacidad de cooperar o no en la larga odisea que nos espera en el escenario internacional actual. Reciprocidad delante y tabula rasa ante la salida de Trump. Dado que la realidad internacional no es paciente a los ajustes estructurales internos, la política internacional y nacional deberán seguir su curso de mutua influencia para llegar a buen puerto esta nueva oportunidad de la relación bilateral.