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La parábola de John y el secreto del éxito

La parábola de John

Alguna vez tuve a un jefe llamado José Luis. Un tipo carismático, un legendario publicista que confía ciegamente en el poder de tu propia imagen y en la magia de creerte las cosas para que éstas empiecen a suceder.

Además, José Luis es un gran narrador de historias.

Una tarde de mayo, durante una tensa junta con el área comercial, se enteró de que una vez más no llegaríamos a presupuesto. Tenía poco tiempo de haber asumido la dirección de la empresa y creo que aún batallaba para ordenar los procesos, para entender cómo operábamos.

—¿Por qué no estamos llegando a la meta? — la pregunta dejaba ver cierta desesperación y el silencio que le siguió revelaba que nosotros mismos no teníamos la respuesta.

Fue una compañera la que finalmente se armó de valor para tratar de contestarle a José Luis:

—El presupuesto es una locura, es imposible de alcanzar. De hecho, te aviso que el mes siguiente tampoco llegaré a mi cuota y dudo mucho que alguien lo haga...

Supongo que la respuesta exaltó a José Luis, aunque no lo demostró. Se mantuvo sereno y en lugar de explotar (como pudo haberlo hecho) nos contó una historia.

Nos dijo que desde niño le gustaba jugar al tenis. Era bueno y a veces soñaba con convertirse en un profesional. Su padre, otro amante del deporte blanco, compartía las ilusiones de su hijo y buscando herramientas para ayudarle a mejorar su técnica, lo mandó todo el verano a un campamento de tenis en Estados Unidos.

Era el lugar de sus sueños: desde que amanecía hasta que el sol se ponía uno podía jugar. Había clínicas grupales, sesiones de entrenamiento privadas con un entrenador, partidos amistosos y —por supuesto— un gran torneo para determinar quién era el mejor jugador de todo el campamento.

Al igual que los demás, José Luis entrenaba arduamente: se despertaba temprano, cuidaba su alimentación, seguía los consejos de los entrenadores. Soñaba con regresar a México con el preciado trofeo, pero sabía que ganarlo sería muy complicado...

José Luis terminó de contar su anécdota con una frase que aún resuena en mi mente...

El nivel de los asistentes al campamento era muy bueno y todos creían que la única manera de triunfar era entrenar más fuerte que los demás, ayudados por raquetas nuevas, tenis modernos y playeras de atractivos diseños.

Todos menos John.

Uno de los compañeros de cabaña de José Luis se despertaba con calma, a la hora que su cuerpo se lo indicaba. No parecía entrenar mucho y en lugar de estresarse, se la pasaba bien cada día. Jugaba siempre con unos gastados shorts de mezclilla y su vieja raqueta parecía haber librado ya un millar de batallas. Mientras todos hablaban de las clínicas, de sus héroes sobre la cancha y de supuestas proezas en sus lugares de origen, John solo miraba.

Una noche, antes de dormir, curioso por su comportamiento, José Luis lo cuestionó.

—John, ¿tú por qué no entrenas?, ¿no deberías hacerlo?

El niño de cabello chino y ojos claros lo miro con una sonrisa.

—No entreno porque sé que voy a ganar el torneo. Soy el mejor.

A José Luis la respuesta le pareció un poco petulante. Estaba seguro de que una vez empezado el torneo John se atragantaría con sus propias palabras y se arrepentiría de no haber dedicado más tiempo a su entrenamiento.

El curso de verano llegó a la última etapa y el torneo inició. Y entonces José Luis vio jugar a John: su determinación era la de un guerrero. Jugaba cada punto convencido de que lo ganaría.

Y lo hacía.

Al final, John resultó ser el campeón del torneo.  

El niño terminaría por convertirse en tenista profesional, ganaría siete títulos de Grand Slam (cuatro veces campeón del Abierto de Estados Unidos y tres veces campeón de Wimbledon) y ocuparía el número 1 en el ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) durante 170 semanas.

Fue el mejor. Y no solo del campamento.

José Luis terminó de contar su anécdota con una frase que aún resuena en mi mente y que rescato de mis recuerdos cada vez que pierdo la fe en mí mismo y en la meta que pretendo alcanzar:

—Ese día John me dio una lección que les pido que recuerden: el primer paso para lograr algo es estar ciegamente convencido de que lo puedes hacer. De que eres invencible. De que eres el mejor. De que ganarás.

Porque si realmente estás convencido de lo que quieres, puedes llegar a ser tan grande como John McEnroe.

Foto: Pexels.com

(Agradecemos a Entrepreneur.com la autorización para reproducir este texto).