Ruy R. Gabarrón Hernández
Director de la Maestría en Administración Pública
Doctor por la Universidad de Barcelona
Situaciones como la del COVID-19 cuestionan la eficiencia de la organización política para gobernar sociedades. Gobernar, tiene el objetivo de resolver necesidades de la sociedad. Después de la Revolución Francesa de 1789, nace la idea de que todo gobierno existe para ayudar a su pueblo. Pagamos impuestos y votamos para elegir líderes que van a ayudar en situaciones difíciles. Cuando esto no sucede, el descontento y la exigencia crecen, si no se escucha, se puede volver un reclamo violento. Entre lo que espera la ciudadanía y lo que ofrece un gobierno existe una brecha que se amplía o se reduce, Pippa Norris, de la Universidad de Harvard, le llama “Déficit democrático”. A la ruta interminable de controlar al Poder estatal; Acemoglu y Robinson, le llaman “El pasillo estrecho”. Esa brecha y ese pasillo, siempre han existido y, existirán. Un gobierno eficiente, lo sabe y se adecúa a las exigencias sociales para evitar la violencia, un gobierno ineficiente busca sus propios intereses de poder y eventualmente se enfrenta -continuamente- al reclamo social, dedica sus recursos a enfrentar la protesta violenta de la sociedad y a fortalecer su vigilancia. Casi toda protesta se fundamenta en los valores sociales, en lo que es más valioso y lo que es menos valioso para las personas. Los valores sociales cambian rápidamente en situaciones extraordinarias.
La pandemia del COVID-19 -como generadora de estrés social- mueve valores sociales, entre más grave la crisis, más cambia a la sociedad. La supervivencia se hace vital (por lo menos en la mente de las personas). Y eso quiere decir, mayor exigencia al gobierno (pues es su papel atender a las personas). Ante ese reclamo, y para controlarlo, algunos gobiernos tienen más recursos y herramientas que otros (desarrollo económico, social, jurídico, y político). Lograr el desarrollo para enfrentar situaciones como esta, tiene relación con la experiencia histórica del país, sus valores sociales, y la madurez de sus instituciones al momento del embate, en este caso, de la pandemia. La madurez requiere, como en cualquier organismo, tiempo. Es un proceso largo que puede acelerarse o retroceder por eventos monumentales (en palabras de Monty Marshall) como una guerra, un tsunami, una catástrofe natural, una revolución, o una pandemia: una situación extraordinaria requiere un gobierno extraordinario. Ahora que algunos países han ido aplanando la curva de infectados, la pregunta es ¿vamos a mejorar como sociedad, los gobiernos serán más responsables? La pregunta se contesta de acuerdo a nuestra idea del cambio de valores sociales. Si esta pandemia ha sido suficiente para cambiar la mentalidad de las personas y de los gobiernos, o no. Algunos estados -con historias autoritarias- ya están aprovechando el caos para aumentar su poder bajo la bandera de “la protección de la seguridad de las personas”, y otros más democráticos, están aprendiendo a ser más eficientes (como parte de un proceso de consulta) frente a estas situaciones y cómo cuidar mejor a sus ciudadanos sin violar su libertad e igualdad. Sugerimos que la pandemia acentuará una fuerza ya existente: la desigualdad, tanto en las democracias, como en los autoritarismos.
El autoritarismo siempre está presente y hoy día -en la era de las comunicaciones y de las democracias cuestionadas- goza de presencia mundial. Cuando las democracias no hacen bien su trabajo en defender la libertad y la igualdad, las visiones autoritarias ganan terreno, es lo que sucede actualmente. Los sistemas autoritarios, a veces, parecen ser más eficaces (logran un resultado, pero sin un procedimiento de consulta) frente a situaciones críticas repentinas dado que no deben consultar a sus adversarios, partidos políticos, asociaciones civiles, empresarios, o grupos de expertos, para tomar decisiones, así lo hacen más rápido. Sobre todo, no consultan a alguien que sea opositor del régimen. China o Rusia, han despertado algún asombro debido a su manejo de la crisis, aunque también han sido cuestionados sobre sus cifras oficiales sobre las muertes e infectados (no consultaron a nadie que pudiera darles una visión adversa). China, además, se dio el lujo de ayudar a una docena de países alrededor del mundo (aunque aquí también fue cuestionada por la calidad de sus materiales médicos), mediáticamente ganan terreno en un mundo dónde el nuevo orden mundial se está construyendo. Pero sabemos algo desde la historia, el autoritarismo lleva a la dictadura, a la acumulación de poder, a la reducción de la libertad (hoy día, al autoritarismo digital), y finalmente a la represión generalizada que permite la permanencia del poder instaurado y al sufrimiento de la población. Frente al caos, las personas votan por líderes “mano dura”. Se crean círculos viciosos, los poderosos, lo saben. Es importante mencionar que un Gobierno bajo un estado de emergencia o de excepción, se acercará mucho a una mentalidad dictatorial pues las circunstancias urgentes obligan a ser eficaces antes que eficientes. Ese equilibrio, es donde se representa la historia de un país frente a casos de emergencia.
Las democracias, al parecer, son más lentas en tomar sus decisiones (como se ha demostrado en la Unión Europea, o en la Organización de Estados Americanos, frente a los problemas actuales como invasiones, pobreza, o guerras, y más frágil como sistema de poder, pero respeta mucho mejor la vida, la moral, la civilidad, el Estado de Derecho, y el comercio (que genera medios no violentos de solución de controversias), aspectos que toman mucho tiempo construir y que van de la mano con el desarrollo económico y la satisfacción de las necesidades básicas de las personas. Ahora, existen diferentes tipos de democracias. El mundo actual ha defendido la democracia, pero la democracia se ha entendido bajo la forma del voto universal, periódico y justo. Elegir ha sido importante frente a la historia humana de sometimiento, pero hoy pierde valor. Votar por el candidato que “creo mejor” no significa tener mejores gobiernos, de ahí la frase de Achen y Bartels: “la democracia electoral no produce gobiernos responsables”. La gente ha votado por candidatos que hoy no son eficientes frente al COVID-19. La democracia electoral -muchas veces- queda corta. Aquellos países -cuyo sistema democrático- permite la elección de una persona no capaz, pierde legitimidad cuando las circunstancias son adversas. La idea de la democracia electoral debe cambiar hacía democracias para la gobernabilidad eficientes (bajo el imperio de la ley y el respeto a la persona humana).
Ejercer el poder debe tener el objetivo de coorganizar (de forma inclusiva) a la sociedad para vivir sanamente y sin violencia. Eso parece difícil, y seguramente lo es, y también se enfrenta a la idea de la selección humana, pero el ser humano ha demostrado mucha capacidad de hacerlo. Hoy, sabemos muchas más cosas de la mente y la condición humanas, eso ayuda a buscar respuestas diferentes para un mundo diferente. Para encontrar esas respuestas, los países se deben organizar para la cooperación internacional, quitar de la ecuación la búsqueda de poder individual para pasar a una forma de pensar más comunitaria (ese proceso ya ha iniciado, pero es lento). Las leyes, las constituciones, deben pasar a establecer valores universales y no político-territoriales basados en la idea antigua de la soberanía nacional (que permite abusos del poder, frente a su población o a la no aceptación de ayuda internacional necesaria). La idea de la soberanía, ¡nunca puede ir en contra del pueblo! Ahora se habla de soberanía alimentaria, energética, o farmacéutica. Enfrentarnos a esos y muchos otros problemas nos ha demostrado que la cooperación internacional y el diálogo local, son las mejores respuestas que, tristemente, ahora brillan por su ausencia.