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¿El emprendedor nace o se hace?


Hacer una carrera profesional en una institución es cada vez más lejano. De hecho, muchas personas se encuentran perplejas ante el rápido proceso de transformación que ha experimentado su ocupación, en tanto otras están temerosas por sentirse cercanas a la desocupación o agobiadas porque ya lo están, debido a que la automatización, la obsolescencia u otras razones, ya los alcanzaron. Ante esta realidad, el emprendimiento ha ido adquiriendo una mayor relevancia, no solo por un anhelo de independencia económica sino, incluso, como una alternativa a la supervivencia.

Algunos gobiernos han entendido efectivamente la importancia de su estímulo y promoción como una verdadera alternativa a la desocupación y su potencial para el crecimiento y desarrollo económicos. En este sentido se ha generado un profundo debate de ¿si el emprendedor nace o se hace? A lo que se ha llegado a la conclusión de que la respuesta es más cercana, a una mezcla de ambos.

En efecto, hay factores intrínsecos, inherentes a la propia personalidad del individuo que lo hace ser más inclinado al riesgo o a la innovación que otros, pero existen muchos más elementos en forma de habilidades o competencias que pueden ser adquiridos y que les acerca a la “toma de iniciativas”.

Quizá una primera característica es que el potencial emprendedor, debe empezar por considerarse capaz; es decir, “creérsela”. Sin esta dosis de mentalidad dispuesta, los primeros obstáculos lo vencerán y le harán desistir del intento. Lo cierto es que, los fracasos serán más una constante que los éxitos.

Esta situación ha sido factor propulsor para el surgimiento de metodologías exitosas para el desarrollo y fortalecimiento de una “mentalidad emprendedora”, la consecución de competencias y el apoyo a la transformación de ideas en oportunidades de negocio y el establecimiento de la empresa. Quizá hoy la más reputada es “Lean Startup”, que es la más utilizada en Silicon Valley. Consiste en encontrar un producto “mínimamente viable”, lo que significa llevar la idea al mercado, perfilarla, pivotearla, hasta llegar a éste.

Es decir, se privilegia la experimentación, la retroalimentación con los clientes potenciales y el diseño iterativo del producto o servicios. La gran ventaja es la reducción de la probabilidad de fracaso, porque la idea ya fue “probada”, antes de su lanzamiento. Sin embargo, a pesar de estos avances, en la formación emprendedora, que han disminuido la inversión en tiempo y esfuerzos de manera considerable en el emprendimiento, una gran cantidad de factores de tipo cultural, familiar e incluso de experiencia laboral, interactúan para potenciar las habilidades requeridas para el logro de un emprendedor exitoso; ya que, además de los conocimientos deseables en la parte técnica (mercadeo, administración, legal, financiero), las competencias tales como: tolerancia al fracaso, trabajo en equipo, creatividad e inteligencia emocional, son indispensables.

Sin embargo, la “actitud” es el principio de cualquier persona que ve una oportunidad en el mercado y quiere innovar. La confianza en sí mismo, la pasión por el proyecto y el amor por lo que se hace y se persigue, son insustituibles. De hecho, más importante que este espíritu, es evitar la “trampa del ego”. Porque un punto vital de cualquier metodología de emprendimiento, es entender que una idea no es un negocio y que, si el mercado no la recibe, habrá que transformarla o desterrarla. Esto requiere valores de compromiso, integridad y, ante todo, de humildad, porque el emprendedor debe estar dispuesto a forjarse en el camino.