Para los amantes del cine, la ceremonia anual de los premios Oscar siempre había generado gran expectativa, pero con cada edición la emoción ha ido descendiendo. Esta ceremonia que fue la número 94, lo que significa que, en muy pocos años, cumplirá un siglo de existencia.
En el imaginario mundial quedará esa secuencia como una película de duelo, terror y comicidad. Al inicio de las bromas de Chris Rock contra Jada Pinkett, Will Smith, su marido, estaba riendo. Pero después de ver los gestos de desaprobación de Pinkett, el actor estalló, víctima de una rabia incontrolable y fue a golpear a Rock. En estos tiempos de reivindicación de los derechos de las mujeres, es muy difícil señalar a una de ellas frente a público y menos hacer un chiste innecesario sobre una mujer afectada por la alopecia.
¿Pero no era mejor retirarse y con ello desaprobar la conducta de Chris Rock? No, había que quedarse porque en
juego estaba una estatuilla, Por ende, las palabras de Will Smith, al recibir el galardón, no pudieron corregir su error humano, su agresión en pantalla, después de su mala reacción.
Pérdida de audiencia
Quizá lo que devolvió los ojos del mundo a los Oscars fue este incidente lamentable Sin embargo queda claro que la ceremonia se ha visto afectada desde su infraestructura, críticas a un sistema que ha colapsado en vivo, que ha ido naufragando a medida que pasan los años en un vano intento por complacer a todas y todos.
Los niveles de audiencia que la segunda transmisión más importante en televisión o Internet -después del Super Bowl- han bajado en los últimos 7 años de manera estrepitosa.
En 1998 tuvo su pico más alto con más de 57 millones de personas viendo en vivo la entrega de las estatuillas.
Y en 2021 cayó hasta el fondo con tan sólo 10 millones de televidentes.
Hay varios factores en el desencanto actual. Empezando por la alfombra roja en la que ya no llama la atención a las nuevas audiencias ver un interminable desfile de personas vistiendo trajes que pasan de lo extravagante hasta a veces al mal gusto, portando joyas con el mismo valor que una casa.
La historia de los desafortunados
Muchas de las películas que son consideradas básicas en la historia del cine no solo no han ganado el premio, sino que ni siquiera fueron nominadas, o sea que no tuvieron posibilidad de ganar. Para los directores tampoco ha sido la mejor la historia de los Oscars. Basta recordar que Hitchcock, considerado el gran director del suspense fílmico, nunca ganó una estatuilla competitiva (aunque fue presentado con un premio honorífico en 1968). El mayor problema ha sido con las películas, por ejemplo, Cantando bajo la lluvia, que muchos la consideran la mejor cinta musical que se haya producido, no lo ganó y en el año que fue estrenada la que se llevó el trofeo fue El espectáculo más grande del mundo, que casi nadie recuerda. La reina africana, cinta que causó conmoción en su tiempo, fue dejada de lado. Igualmente, Una Eva para dos adanes, y que la crítica ha considerado universalmente como la mejor comedia del cine, no fue nominada.
Se podrían multiplicar los ejemplos que muestran los absurdos de la adjudicación de los Oscars, pero vale la pena observar que año tras año, quizá porque el público ha comenzado a darse cuenta de lo poco justos y discutibles que son muchos de los premios que han ganado filmes, el interés alrededor de ellos ha disminuido. Eso se refleja en la audiencia televisiva, que ha venido disminuyendo hasta cifras que los mismos organizadores del premio han reconocido.
De modo que la ceremonia se ha hecho el harakiri y sepultado frente a las cámaras, al no lograr defender y proteger a los autores y artistas del cine, al contagiarse de la complacencia, como fue la entrega a mejor película para Coda, sin duda una good film movie, que aunque había ganado el premio del público en distintos festivales de Norteamérica y, que su trama defiende la inclusión, la película navega en lo comercial y condescendiente. Una solución aparentemente inocente y salomónica pero falsa de cara a las circunstancias del premio.
La larguísima premiación se pierde para los cibernautas
Nos preguntamos por el futuro de los premios de la academia. Ante la implosión de nuevas tecnologías, de las plataformas y las redes sociales a todo lo que dan, una ceremonia tan formal y anquilosada sin renovarse, parece la crónica de una muerte anunciada. En primera instancia, la desafortunada decisión de entregar ocho premios fuera de la ceremonia televisada, para después transmitirlos con cortos mal editados es una de las peores decisiones.
Seguido de tres largas horas de espectáculo, confirmando la incapacidad de gestar un verdadero punto de inflexión o de plot twist, a través del manejo de las tensiones en los premios, con chistes vacíos, todos anunciados por la big data.
Desde hace tiempo, se perdió la concentración en el show y la oportunidad de reencontrarnos con películas trascendentales como la saga del Padrino – a sus 50 años-. Quizá solo lo rescatable siga siendo la ocasión de Hollywood de recordar a sus muertos en la sección de “in memoriam”.
La realidad es que la vigencia de los Oscars ha venido cayendo en picada y a nadie sorprendería que surgieran otras formas de premiar cintas meritorias en la celebración anual. Si no se logra encontrar un reemplazo a lo que está sucediendo, la gente acabará no asistiendo a la cita que fuera obligada, a la premiación de los Oscars. Es hora de reformar y de darle cabida real a las generaciones de relevo, con ideas creativas y vanguardistas.