Lo primero es reconocer que se les ha colocado por debajo el hombre, comenzando por el lenguaje filosófico y siguiendo por el mundo laboral, que está pensado para seres que no se embarazan, sin lazos afectivos y sin ciclos corpóreos[1]. El reto es grande pues durante siglos se ha excluido a la mujer no de lo masculino sino de lo humano mismo.
1. Avances deficientes
Hay que estar atentos a formas deficientes de promoción. Una es quedarse en el criterio económico y de poder. La segunda es prescindir de lo masculino. ¿Es verdadera promoción la liberación del matrimonio, de la maternidad y del mismo placer masculino? Hay que recordar que la sexualidad es respectividad, no se entiende una sin la otra. La tercera es imponer moldes y esquemas masculinos. Hoy de manera insidiosa se quiere todavía excluir a la mujer, masculinizándola. La cuarta es dejarse llevar por lo llamativo y vistoso y reducir la vida a y pensar que el éxito económico y poder político son los únicos campos de progreso para la mujer.
2. Originalidad femenina
Lo femenino no es algo solo biológico sino sobre todo biográfico. He aquí solo algunos rasgos inconfundibles. En su cuerpo se revela una estructura de proyecto: la maternidad. La matriz, inexistente en el varón, significa una apertura a la maternidad y a la acogida, es un espacio habitable y una referencia al hijo. Lo mismo se puede decir de los pechos, el hecho de estar delante, proyectados hacen referencia a la estructura de entrega al hijo, de protección y ternura. Lo mismo se puede decir de los órganos genitales, están al frente, proyectados a la experiencia del amor “de frente”, hay que entender al hombre y a la mujer desde sus proyectos y el cuerpo es testimonio de ello. Entre la madre y el hijo se establece un lazo difícil de explicar y de borrar, cosa que no sucede con el padre, y que implica o refleja la necesidad de educarse es autoposesionarse. La maternidad desarrolla en la mujer cualidades nuevas e inesperadas, le da experiencia, madurez y una nueva altura vital.
Entre la madre y el hijo se establece un lazo difícil de explicar y de borrar, cosa que no sucede con el padre, y que implica o refleja la necesidad de educarse es autoposesionarse.
El segundo rasgo particularmente femenino son las pasiones y los sentimientos que enriquecen la vida. El tercero es la belleza física y metafísica. La mujer si no se deja llevar por los modelos despersonalizadores y homogéneos, es mágica y sobrenatural. Es un empobrecimiento, reducir la belleza a lo sexual o a la capacidad de atraer sexualmente, otra forma de machismo. El cuarto es el sentimiento de pudor e intimidad. La mujer es un hortus conclusus (huerto cerrado), lugar paradisíaco reservado y fecundo. La mujer es fons signatus, fuente reservada, la discreción es un sello distintivo de lo femenino, lo contrario de la invasión, la posesividad y seguridad excesiva y aparente. La mujer pierde atractivo e interés y se descafeína cuando se presenta demasiado segura. El dominio femenino está su capacidad de dependencia, el hombre tiende a plegarse a los deseos de la mujer, la mujer desea cuando es deseada y el dominio sobre la casa, abarca innumerables aspectos de la vida: desde la casa la mujer ha formado todas las generaciones de seres humanos. ¡Pobre casa donde no hay una mujer presente!
3. Feminidad dinámica
La mujer ha pasado a una situación más justa (las profesiones, los trabajos, etc.), quedando menos predeterminada y con más posibilidades vitales, más humana. Pero queda mucho por hacer: promoverla por ser persona no por ponerla por encima o fuera del varón. La vida es primariamente vida cotidiana y no guerras y gobernantes, quedarse en eso es perder protagonismo real. Las aguas profundas de la historia –la intrahistoria– han sido dominio indiscutible de las mujeres, frente a la historia escrita. Hay que recuperar su peso de formadora en los valores y la religiosidad, especial influencia en la sociedad y superar la obsesión por el profesionalismo, cuando la profesión no es más que un apartado en la vida, no lo es todo. Con ello su influjo real en la sociedad se ha evaporado.
Para ello, hay que proponer esquemas femeninos al trabajo de la mujer, se lograría una vida más plena, además se ahorraría en combustible, trasporte y contaminación. Hay que superar la mecanización del sexo esa otra cara del machismo, el sexo automático pisotea a la mujer. Igualmente la casa como circunstancia inmediata debe ser reinventada.
Es preciso sacar la auténtica mujer que hay debajo del uniforme impuesto sin regresar a la mujer tradicional o inventarse la mujer del futuro, se trata más bien de ser mujer, femenina, para alcanzar sus posibilidades reales y mejorar este mundo que se pierde entre el poder y la vulgaridad.
[1] O. PERDIZ, Amar: Misterio y Proyecto, Antropología y Teología del Amor, San Pablo, México 2015, 129; G. DUBY -M. PERROT, Historia de las mujeres V, Taurus, Madrid, 1992, 355; J. MARÍAS, La mujer en el siglo XX, Alianza Madrid 1987.