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5 razones para leer a los clásicos

razones para leer los clásicos

Hay libros que en pocos meses salen de las principales librerías y que en uno o dos años ya están descatalogados de la editorial que los dio a conocer a la luz pública. En cambio, hay otras obras que se reeditan una y otra vez, que se leen por placer, por amor al saber o, en ocasiones, por deber escolar. Se trata de los clásicos.

Seguramente en ocasiones enfrentamos el mismo dilema: comprar la novela de moda, la última publicación de un gran autor, o volver a los clásicos, a ese cúmulo de obras de los últimos treinta siglos de historia, que nos llaman de nuevo a la lectura. Ahora bien, ¿por qué leer a los clásicos? Aunque seguramente podríamos encontrar muchas otras razones, en este lugar haremos un esfuerzo para ofrecer las cinco principales para leer a los clásicos.


1. Leer a los clásicos es encontrarnos con nosotros mismos.


Un elemento enormemente gozoso de la lectura de los clásicos consiste en que nos encontramos, sorprendentemente, con nosotros mismos, con nuestras propias ideas, con nuestro vocabulario, con la cultura en la que vivimos. Demos algunos ejemplos. En la Biblia vamos a hallar numerosas frases que provienen de hace dos milenios, cuando menos y que continúan en nuestro imaginario y en nuestro lenguaje. Veamos. La frase:


“No hay nada nuevo bajo el sol”.


no es de nuestra generación. De hecho, aparece en Eclesiastés 1,9. Se trata de un libro escrito pocos siglos antes de nuestra era. Más de dos mil años después, esta es una frase común en nuestro idioma. Otro ejemplo:


“ganarse el pan con el sudor de la frente”.


Esta frase proviene de Génesis 3,19 “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Del mismo modo, al leer Don Quijote de la Mancha, del gran Miguel de Cervantes, encontramos muchas expresiones que fueron de tal modo representativas del idioma español, que continuamos usándolas. Es el caso de:


"Una golondrina no hace verano"


"No hablar de la soga en casa de ahorcado"


La realidad es que podríamos hacer una larga lista de frases e ideas que han llegado hasta nuestros tiempos en el lenguaje ordinario y, sin embargo, cuyo origen remoto hemos olovidado. Los clásicos nos ayudan a rastrear nuestras raíces.


2. Leer a los clásicos es encontrar modelos para la vida humana.


La ira de Aquiles en La Ilíada. La valentía de Ulises en La Odisea. El amor de Romeo y Julieta en la obra del mismo nombre. Edipo huyendo de su destino. La misericordia del Obispo de Digne, Mons. Myriel ante Jean Valjean, en la inmortal obra de Víctor Hugo, Los Miserables. Claro está que no se trata de imitar la ira asesina de Aquiles o el trágico destino de los enamorados más famosos de la historia. Al contrario, los clásicos nos muestran, a veces con luces, a veces con sombras, cómo la vida no es una aventura a la que todo le sea indiferente. Al contrario, el mal ensombrece y deprecia a la persona.
En cambio, el amor, la responsabilidad y la solidaridad, entre muchas otras posibilidades, ilumina y ofrece valor y sentido a la existencia humana. Pensemos en todas las lecciones que nos ofrece la obra de un piloto de aviones, quien seguramente reflexionaba profundamente sobre la vida y sus valores más elevados. Su nombre era Antoine de Saint-Exupéry. Su obra inmortal, que cumplirá en cuatro años su primer centenario, lleva por título El principito. Si bien podríamos dedicar todo el espacio de este artículo a mostrar las riquezas de esta obra, solo mencionemos una frase, la más famosa, la que ha inspirado a muchas personas a cambiar su vida hacia una existencia más centrada en el amor y en los demás:


“Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos”.


Leer a los clásicos es conversar con alguien que siempre tiene algo nuevo que decirnos.


Italo Calvino escribió en 1991 una pequeña obra titulada Por qué leer a los clásicos. Acaso una de las ideas más ricas que comparte en esta obra tiene que ver con el diálogo y la relectura, mismas que retomo en este lugar. En efecto, un clásico siempre tiene algo nuevo que decirnos. No es una obra que se lee, sino que especialmente se convierte en clásico, en nuestra vida y en nuestro corazón, al releerlo. No una, ni dos, ni tres, sino muchas veces. Quiero comparar esto con el cine. Las películas que no son clásicos vamos a los cines, las vemos una vez y las olvidamos para siempre. Pero esto no sucede con los clásicos: se repiten una y otra vez, se vuelven a presentar y cuando descubrimos un motivo de diálogo con la obra, volvemos a ella periódicamente, para hablar con ese viejo conocido que siempre tiene, sin embargo, algo nuevo qué decirnos. Los libros clásicos nos llaman a recorrer caminos conocidos, pero nunca suficientemente explorados. Por ello, es un error decir de un clásico: “Ya lo he leído”. En realidad, el clásico es una lectura para toda la vida y la vuelta a ellos es un
gozo intensificado por la historia que estamos construyendo sobre esa misma lectura.


4. Leer a los clásicos nos hace inteligentes y críticos. 


Hay clásicos que cuestan cierto trabajo. Son clásicos que nos exigen como lectores, pero que, al mismo tiempo, nos recompensan con el fruto de nuestro esfuerzo de comprensión. A medida que entendemos qué quiere decir el autor, nos sorprendemos de su agudeza y, también, de su actualidad: hallamos que se refiere también al mundo de hoy, a veces tan lejano al suyo. Ofrezcamos como ejemplo la obra de Kafka. El mundo kafkiano no ha desaparecido hoy día. Al contrario, deberíamos decir que se ha mantenido, si no es que se ha ampliado enormemente. Un mundo feliz de Huxley, que nos habla de una sociedad tecnificada, donde la felicidad es un estándar ordinario. Pero, ¿es esa forma de vida verdadera felicidad? No olvidemos el clásico de Orwell, 1984, que nos hace voltear a nuestro mundo para descubrir tantas veces al poder omnipresente que todo lo ve y todo lo quiere controlar. En este mismo orden de ideas deberíamos mencionar a los grandes de la filosofía universal: desde Los Diálogos de Platón, hasta la Ética a Nicómaco de Aristóteles. No olvidemos que Nicómaco fue hijo de Aristóteles. ¿Qué quiso decir el gran filósofo ateniense a su hijo sobre ética? La respuesta va a exigirnos, pero seguramente nos sorprenderá.


5. Leer a los clásicos es negarnos a comer comida chatarra o predigerida.


Más allá de la discusión sobre si hay verdaderamente comida chatarra o, para los fines de nuestra sección, literatura chatarra, la realidad es que los clásicos son textos probados. Han sobrevivido a los siglos y han dado lugar a una enorme conversación universal. Son las delicias del mundo literario. Son el destilado de siglos de letras que llegan a nosotros, sancionados por la historia. Del mismo modo, los clásicos, como la buena comida o como una gran película, no se disfrutan mediante una reseña. Tenemos que participar de ella. Debemos estar presentes. Por ello, leer los clásicos consiste en saborear, en primera persona, toda la riqueza que los clásicos nos ofrecen y hacerlos nuestros, incorporarlos en nuestra conciencia y gozar con ese lenguaje que ahora también es nuestro. Leer a los clásicos es una manera excelente de vencer ciertas formas de anorexia intelectual.


Para concluir, quiero comentar un ejemplo maravilloso de amor a los clásicos. Una persona, a la que tengo gran aprecio, me dijo hace años que tenía una lista de 75 libros clásicos que quería leer en los años siguientes. Era una persona muy ocupada y con grandes responsabilidades. Al paso de los años leyó esos 75 libros y elaboró una nueva lista, en la cual se encontraban algunos de los libros previos, a los que no quería renunciar. Así son los clásicos: para toda la vida, para mil circunstancias, para ofrecernos una nueva meta que alcanzar en nuestra existencia.

 

 

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