Recuerdo una experiencia que viví hace unos años mientras era capellán de las Misioneras de la Caridad. En su pequeña y sencilla capilla vi frente al altar, en el suelo, unas seis pajas pequeñas dentro de lo que supuse era una casita, de esas donde se ponen las figuras del nacimiento. De inmediato sonreí y pensé: “Se me hace que empezaron a armar el nacimiento, pero no terminaron y así lo dejaron”. Al día siguiente, me sorprendió que ahí estaba otra vez lo que yo pensaba era sólo un nacimiento inconcluso… aunque habían colocado un poco más de pajas. No soporté la curiosidad y al terminar la misa le pregunté a una de las religiosas por qué no armaban el nacimiento de una sola vez. Ella sonrió y me dijo: “Padre, lo armamos durante todo el Adviento. Cada vez que hacemos una buena obra o alguno de nuestros deberes diarios con especial amor, venimos a la capilla y colocamos una pequeña paja, para ir armando el pesebre, donde acostaremos al niño Jesús el día de Navidad. Es su regalo y, al mismo tiempo, es como prepararle el pesebre de nuestro corazón”. Ya no dije nada. Ellas estaban preparando un hermoso regalo. Me dieron una gran lección.
Cada vez que hacemos una buena obra o alguno de nuestros deberes diarios con especial amor, venimos a la capilla y colocamos una pequeña paja, para ir armando el pesebre, donde acostaremos al niño Jesús el día de Navidad
¿Y si este año le preparamos un pesebre así a Jesús? ¿Y si convertimos ese ejercicio en un regalo para Él y también —seguramente— para nuestros familiares y amigos?
Me imagino viviendo cada día de Adviento intensamente, haciendo todo lo ordinario de manera extraordinaria: estudiar, lavar, conversar, cocinar, trabajar, rezar…; aprovechando toda ocasión para mostrarnos serviciales y buscando a quién alegrarle el día con nuestra alegría, amabilidad o generosidad; poniendo al terminar el día una o varias pajitas que hagan más confortable el pesebre de Jesús, regalándole un día repleto de buenas obras y un corazón agradecido que busca dar como Él.
Vivamos un Adviento y una Navidad diferentes. Que los regalos materiales sean pocos en comparación con los regalos espirituales que daremos. Y, así, preparemos el corazón para recibir el mayor regalo que un ser humano puede obtener: al mismo hijo de Dios que llega a habitar en nuestro corazón.