Hay una pregunta que los filósofos se han planteado desde hace mucho: ¿qué es el tiempo? Vivimos en el tiempo, experimentamos el tiempo, padecemos la falta de tiempo, pero no tenemos claro qué es el tiempo.
Hay culturas que han dicho que el tiempo es un eterno retorno. Todo vuelve a suceder: desde las estaciones hasta las situaciones de la vida, no hay novedad en el universo, todo ha sucedido ya y volverá a suceder. Nuestro esfuerzo es, en el fondo, un volver al principio otra vez. En Occidente se entiende el tiempo como una realidad lineal: el tiempo pasado está irremisiblemente perdido, fijado. El pasado nunca volverá y el futuro se abre con su novedad única. ¿Quién tiene la razón?
La verdad es que, en nuestra vida, experimentamos tanto el tiempo cíclico como el tiempo lineal. Hay personas que, al ver ciclos que se repiten una vez más, dicen: “es que a mí no me gusta la Navidad”; o “el invierno me pone triste”. Acaso otros sienten, al contrario, que el periodo navideño pasa demasiado pronto y que habrá que esperar todo un año para volver a vivirlo. Sin embargo, la realidad es que, aunque hay ciclos que se repiten, nunca son los mismos para nosotros. Durante el final de 2020, vivido muchas fiestas de fin de año, un cierto número de Navidades o de fiestas de Janucá, pero nunca las mismas.
Cada una de ellas ha sido única, aunque no las recordemos claramente o no tengamos alguna impresión profundamente grabada en nuestra memoria al respecto.
Los filósofos, los literatos y los poetas han aprendido y tratan de expresar que nuestra vida es única y que cada momento que vivimos en único. En este contexto de pandemia, ¿debemos esperar a que todo pase para volver meramente a la “normalidad”? Este fin de año, como todo cierre de ciclos, es el único que viviremos en este contexto, en este año preciso.
¿Hemos vivido un 2020 lleno de maldición y terror? Lo escribo así para ponerlo en las palabras más duras y pesadas. Dice San Agustín:
No digas que el tiempo pasado fue mejor que el presente; las virtudes son las que hacen los tiempos buenos y los vicios los que los vuelven malos.
Hemos perdido amigos en el 2020. No se ha resuelto un problema mundial de salud que persiste, poniendo en riesgo nuestra tranquilidad, nuestra seguridad y, en muchos casos, nuestra subsistencia.
¿Cómo enfrentar este tiempo? Con virtud. Ser generoso con el que no tiene, pues muchos están pasando por horas verdaderamente amargas. Ser amable con todos. Ser humilde en nuestras actitudes y realistas en nuestros anhelos. ¿Qué es lo que hace malos estos tiempos? Nuestra soberbia y nuestra impaciencia, nuestra falta de amabilidad, nuestro egoísmo y nuestra codicia, entre muchas posibilidades.
Los libros son grandes aliados en este proceso de hacer buenos estos tiempos, hasta donde es posible. Hay que sumergirnos en las ideas de otros y en las situaciones de otros, para saber que nuestra situación es única y que no es la peor sobre la faz de la Tierra.
Una religiosa que ha estado por muchos años en Siria, narró: “Bruno es un niño de doce años. Ha vivido en Alepo toda su vida, bajo las bombas y las balas. No ha conocido la paz un solo día de su vida. Cuando el Estado Islámico fue expulsado de estos territorios, pudieron comenzar a reconstruir su casa. Yo hablé con él y le pregunté: «Bruno. ¿Te das cuenta de que, aún ahora, podemos morir por el solo hecho de ser cristianos?» Él respondió: «Bueno, hermana, algo hay que sufrir en la vida. Seguimos a un Dios que ha sido crucificado. No debemos temer al sufrimiento»”. La valentía de Bruno y su fe, aunque no sea la nuestra, sirva como ejemplo de cómo hacer del día de hoy buenos tiempos.