Sería extraño que no dolieran esas separaciones cuando hay amor de por medio, pero cuando ese dolor parece prolongarse demasiado tiempo o la vida no ha logrado retomar su curso, entonces se necesita mucha comprensión, cercanía, acompañamiento.
EL DOLOR DE LA PÉRDIDA
Cada quien vive su duelo por la muerte de un ser querido de manera diferente. Basta con estar presente en una funeraria para ver rostros y miradas distintas: unos que parecen asimilarlo pronto, otros que todavía no lo pueden creer, otros que se sienten desamparados, otros que consideran que su familiar ya necesitaba descanso, otros sienten rabia contra Dios por no haber escuchado sus oraciones… Emociones, pensamientos, expresiones tan diferentes que requieren ser aceptadas incondicionalmente, respetadas y nunca censuradas. El corazón necesita desahogo, “drenar” el dolor y la tristeza, el coraje y la incertidumbre. Vivir el propio duelo y respetar el proceso de duelo de los demás.
CRUZANDO EL PUENTE
El primer paso es lograr aceptar la realidad de la pérdida. Sobre todo, en muertes repentinas o inesperadas, superar la negación puede llevar un tiempo: hay que repasar los hechos, confirmar los acontecimientos, aceptar que “la muerte es muerte” y la separación es real. Se puede imaginar al ser querido en el piso de arriba o creer que se oye su voz. Pero aceptar la realidad de la muerte implicará aceptar que, aunque queramos seguir oyendo su voz o que entre un día por la puerta, eso no va a suceder. Mientras tanto, es importante poder expresar libremente los sentimientos: “el dolor compartido duele menos”. Poder nombrar –sin ser censurados– que nos sentimos tristes, enojados, desamparados, ayuda a desahogar el corazón.
Sigue ir adaptándose al ambiente en el que aquel familiar difunto ya no está. Ir poco a poco desmontando los “lugares” y las cosas. Hacer la paz con los espacios que la otra persona ya no ocupa y asumir en la familia las tareas que hacía el difunto. Un siguiente paso es invertir energía emotiva en otras relaciones. Recreando el vínculo con el difunto, darse permiso de convivir con otras personas, sonreír con otras personas, permitirse amar a otras personas.
Es importante expresar libremente los sentimientos: el dolor compartido duele menos.
Finalmente (¿o desde el inicio?), cultivar la esperanza del reencuentro, pues, además de que el amor sigue vivo, para el que cree en Dios la vida se transforma, no se acaba; y disuelta esta morada terrenal se nos prepara una mansión eterna en el cielo, donde habitaremos por siempre con Dios y con todos aquellos a quienes amamos. Vivir este proceso es como cruzar un puente, el cual al llegar a la otra orilla nos permite seguir adelante. A veces puede parecer muy largo, pero que siempre se cruzará mejor bien acompañado.
¿A DÓNDE FUE LA ABUELA? ¿Y CÓMO ACOMPAÑAR A LOS NIÑOS EN SU DUELO?
Porque ellos también necesitan vivir su propio proceso, de acuerdo con su edad, su entender y su sentir. Uno pensaría que ellos no pueden entenderlo, por lo que es mejor no intentar explicarles o decirles que su abuela se fue de viaje y volverá pronto… A otros se les quiere evitar el “sufrimiento” y no se les lleva al funeral de su propio papá o mamá, teniendo que contener emociones o postergar una despedida. Tanto en niños como en adultos el primer paso es la verdad. Y aunque no se les dirá de golpe, es irlos preparando, escucharlos y dejar que expresen sus sentimientos, responder sus preguntas y cuando se nos acaban las respuestas, decir honestamente: “No sé qué decirte, no tengo una respuesta para eso”. Pero estar ahí, abrazar, recordar que ahí estamos para ellos, que está bien llorar, todo esto puede ayudar.
Las experiencias previas de la muerte de una mascota, la muerte y renacimiento de las flores en las estaciones del año, todo ello pudo haber preparado remotamente a ese niño a considerar que los humanos también morirán, que sus padres y él también morirán y algún día renacerán. Y si en esa familia se comparte la fe en Cristo, el aprender en el catecismo que Jesús resucitó, que hay un cielo y que allá nos llevará con él cuando muramos, eso también será parte de lo que lo preparará a vivir la experiencia de la muerte con esperanza.
CONCLUSIÓN
Dice el Papa Francisco: “Si aceptamos la muerte podemos prepararnos para ella. La manera es crecer en el amor hacia los que caminan con nosotros, hasta el día en que «ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor» (Ap., 21,4). De ese modo, también nos prepararemos para reencontrar a los seres queridos que murieron (…) No desgastemos energías quedándonos años y años en el pasado. Mientras mejor vivamos en esta tierra, más felicidad podremos compartir con los seres queridos en el cielo. Mientras más logremos madurar y crecer, más cosas lindas podremos llevarles para el banquete celestial” (AL, 258).
BIBILIOGRAFÍA
Bermejo, J.C. (2007). Estoy en duelo. Madrid: PPC.
Worden, J.W. (1996). Children and grief: When a parent dies. New York: Guilford.
Papa Francisco (2016). Exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia (AL) sobre el amor en la familia. México: Dabar.