La intención de este artículo no es médica, no pretendo abordar las medidas higiénicas que debemos de llevar a cabo para salir de casa, para ir al supermercado, para regresar a trabajar o a la escuela post COVID-19. No es mi área de expertise. Solo sé lo que cualquiera de nosotros sabe: guardar distancia, lavarse las manos continuamente, usar cubrebocas al salir a la calle, desinfectar productos, fortalecer el sistema inmunológico…
Por Maestra Claudia Orozco
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Tampoco pretendo dar recomendaciones económicas. No tengo las cualificaciones para hacerlo. Solo he visto cómo la economía del país viene en picada, con muchos despidos por falta de ingresos en pequeñas y medianas empresas. Ha nacido una ola solidaria de mercadeo por las redes sociales, donde nos apoyamos unos a otros, vendiendo, comprando, sirviendo… Este artículo lo escribo desde el corazón incierto de una madre que tuvo que acompañar a su pequeña a salir de kínder recibiendo su diploma desde el carro y empezando una nueva etapa en línea, cuando – a esta edad – lo más básico es el contacto con el otro.
Y no creo que solo a la tierna edad de seis años, sino que, para todos nosotros, grandes y pequeños, jóvenes y ancianos, el estar en contacto con los demás es un punto fundamental. ¿Cómo conectarnos con ese mundo exterior de nueva cuenta? ¿Cómo acercarnos a los otros sin miedo? ¿Cómo regresar a nuestra vida como la llevábamos antes de la pandemia? ¿Queremos esa vida o una completamente diferente? Este coronavirus nos ha dado muchas lecciones, más de las que podemos enumerar. Nos obligó a lo que nada, ni nadie, había logrado: a detenernos. Este virus nos replegó en nuestras casas, y nos enseñó que la vida puede seguir a través de las pantallas. Enseñó a muchos jefes que el teletrabajo es posible y, además, muy productivo. Arrojó al sistema educativo por la borda de la tecnología, cuando no estábamos listos para el cambio. Nos enseñó, un tanto a marchas forzadas, a desarrollar habilidades digitales de la noche a la mañana. Esta enfermedad nos ayudó a revalorar la vida. Todo se detuvo, en pos de salvar la vida. Esta partícula microscópica nos hizo darnos cuenta de que lo más importante que tenemos es nosotros mismos y nuestras familias.
La familia, como gran institución, retomó su fuerza histórica. Las familias han sostenido a la sociedad y al Estado.
¿Qué hubiera hecho la SEP sin la familia como primera educadora? ¿Qué haría el Seguro Social sin los cuidados de los enfermos dentro de los hogares? ¿Qué haría el gobierno sin la familia que ejerce su apoyo solidario intergeneracional?
Podría decirse que nosotros somos unos antes y otros después de la pandemia. Estos días, semanas, meses… encerrados nos han hecho poner un alto a la avalancha que caracterizaba nuestras vidas citadinas. Ahora valoramos más el tiempo, el silencio, el momento. Podemos detenernos a escuchar los sonidos de las aves al amanecer o al anochecer, podemos sentarnos en familia a compartir los alimentos a mitad del día, podemos retar nuestra creatividad para aprovechar todos nuestros recursos entre cuatro paredes.
CUESTIONÉMONOS
Entonces, ¿desde qué paradigma queremos conectar o reconectar con el mundo exterior? ¿Qué tan “conectados” estábamos antes? ¿Qué quisiéramos retomar de lo que antes vivíamos y qué quisiéramos cambiar completamente? Ésta es una llamada a reflexionar sobre cómo vivíamos nuestra vida (o dejábamos que la vida nos viviera). ¿Qué tan satisfechos estábamos en nuestro día a día? ¿Qué era aquello que valorábamos más? ¿Cómo lo asumíamos en nuestro diario vivir? Si no estamos conscientes de esta vida antes de la pandemia, regresaremos más temprano que tarde, al mismo ritmo ajetreado… Y necesitaremos algo más fuerte que un virus para detenernos.
¿Cómo era nuestro actuar antes de la pandemia? ¿Cuál era nuestro nivel de consciencia de la realidad en la que vivíamos? ¿Cuál era nuestro grado de congruencia? Regálese el lector un momento para reflexionar sobre estas preguntas. Entre más tiempo se dedique a reflexionar esto a profundidad, más respuestas encontrará y descubrirá nuevos horizontes.
¿Qué es lo que esta pandemia nos ha enseñado? ¿Qué hábitos empezamos a hacer? ¿Qué vicios quitamos? ¿Qué nos costó trabajo? ¿Qué hicimos muy fácilmente por el encierro? ¿Qué tan involucrados estábamos con los otros antes de replegarnos en nuestras casas? ¿Cómo estaban nuestras relaciones familiares? ¿Qué tan sanas eran nuestras relaciones sociales en general? ¿Cómo eran nuestras relaciones laborales? ¿Cómo vivíamos nuestras relaciones amorosas o de amistad? ¿Qué hemos hecho, a través de la tecnología, en estos meses, para cambiar / mejorar estas relaciones?
A partir de la respuesta consciente a estas interrogantes es como empezaremos a esbozar un camino descriptivo de nuestro ser, de quiénes somos ahora, de cómo hemos crecido (o no) a partir de esta emergencia global.
Recomiendo al lector que, después de rumiar estas preguntas por un tiempo en la cabeza, se siente a escribirlo ya sea en la computadora, o en una versión más clásica: en una libreta. Cuando logramos poner en palabras nuestros pensamientos, los materializamos y los hacemos más fehacientes, más conscientes, para poder trabajarlos. A partir de este tiempo hemos podido ver la vida de diferente manera. Tal vez algunos hemos pasado por la pérdida de seres queridos, de manera cercana o no tan cercana. Hago un alto en el camino para honrar a las personas que han tenido que dejar partir a sus seres queridos. La vida no será igual, la reconexión con el exterior no podrá tener otro matiz que el del recuerdo de quien ya no está. No hay palabras de confort, solo una presencia a la distancia y la seguridad de la oración que nos cobija en la incertidumbre. Y es así que, al fin, la vida – o más bien, la ausencia de esta – nos hace reflexionar sobre lo que todavía tenemos y por lo que podríamos agradecer.
SER AGRADECIDOS
El agradecimiento es uno de los pilares de una personalidad resiliente. Y todos estamos llamados a construir o reconstruirnos en resiliencia. Desde el punto de vista educativo, que sí es mi área de expertise, entendemos que la resiliencia es esta característica de la personalidad que cumple con las notas constitutivas de la educación: la educabilidad y la educatividad. Todos los seres humanos estamos propensos a ser educados. Esta educabilidad es esa habilidad para sacar nuestra mejor versión. Y, como personas eminentemente sociales, acompañamos nuestra educabilidad con la educatividad, que es ese llamado a educar a otros, a acompañarlos en un proceso que, posiblemente, nosotros ya hayamos recorrido.
Entendernos a nosotros mismos como seres en proceso de ser perfeccionados, como lo acota la misma definición de educación, nos ayuda a trazar un camino de constante mejora en todas nuestras dimensiones.
Concebirnos como seres educables y con capacidad de educar a otros, nos compromete en vivir una vida que trasciende, una vida que no se dé por vencida ante la adversidad, sino que incorpore los elementos que la hacen sufrir, resignificándolos o reescribiéndolos. Eso es la resiliencia, la capacidad de salir fortalecidos a partir de la crisis vivida. ¿Y qué mejor ejemplo que nosotros, saliendo, reconectándonos con el mundo exterior?
CLAVES
A partir de la sólida construcción de uno mismo y de nuestra constante reflexión, podremos descubrir un interior profundo y constituido por pensamientos y sentimientos trascendentes. Entonces podremos dibujar una conexión con ese mundo exterior a través de nuestras palabras y acciones, que vayan congruentes con nuestro interior.
Si nosotros trabajamos nuestra esperanza desde el interior, lograremos proyectarla a nuestro alrededor. Y esta es la primera clave que quiero dejar en este artículo: ver la vida con esperanza, resignificar nuestra realidad a través del lente del que espera un mundo mejor, un presente fortalecido después de una gran crisis.
La vida vista con esperanza, sobrepasa el miedo y la incertidumbre. La esperanza da una luz como el faro que nos enseña el camino en medio de la tormenta.
La segunda clave que quiero abordar en este plan para reconexión con el mundo exterior es el reiterar que para conectarnos con el exterior no hay camino más certero que trabajar con el interior. El entender que la soledad es el mejor regalo que podemos tener para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios.
Cuando tengamos esta conexión con Dios, podremos vernos como Él nos ve, con todas nuestras potencialidades, con nuestro pasado que nos configura y nos impulsa a ser quienes somos, con nuestro presente lleno de posibilidades y con nuestro futuro que nos tiene que llevar más hacia Él. La tercera clave sale a partir de la reflexión de lo que aprendimos a través de esta pandemia, de cómo nos impactó y cómo podemos llegar a ser mejores después de esta crisis. En este punto, el lector podrá tener mucho que reflexionar a partir de las preguntas planteadas en este texto.
No podemos regresar a lo que antes era, el tiempo no se detiene, el mundo sigue girando, seguimos contando los días de nuestra existencia… Pintemos nuestra vida del color de gratitud, del que reconoce la magnificencia de cada día y no tiene más reacción que el agradecimiento de corazón, que nunca se nos olvide esto. Es la cuarta clave, el agradecimiento.
Finalmente, la última clave que propongo tiene que ver con una actitud de aprendizaje constante en la vida. El aprender a aprender, el autodidactismo, es una de las habilidades blandas para el Siglo XXI. Cuando los conocimientos de la razón son sobrepasados por la tecnología y las emociones son exacerbadas por las experiencias, necesitamos cultivar en nosotros mismos un espíritu de profunda curiosidad ante la vida, una actitud inquieta y en constante movimiento hacia el perfeccionamiento. Esta semilla plantada en nuestro ser, dará grandes frutos en nuestro quehacer profesional y personal si sabemos cultivarla.
RECAPITULANDO...
¿Cómo reconectar con el mundo exterior? Con esperanza, trabajo interior, reflexión resiliente, agradecimiento y actitud de aprendizaje. Y seguramente el lector podrá encontrar más claves, desde su interior, para poder reconectarse con el ansiado mundo exterior, con los abrazos que tanto nos hacen falta, con la naturaleza que ha descansado de nosotros… Que cada una de esas claves nos lleven a darle a este mundo una mejor versión de nosotros mismos.
Gracias por leerme. Estoy a tus órdenes, claudia.orozcog@anahuac.mx