Ya son muchas las voces que se postulan por reconocer la emergencia cultural, social, política y económica que vivimos en la actualidad: Pareciera que la realidad se desgaja ante los embates cotidianos de "malas noticias" que nos llevan a través de las redes sociales y los medios de comunicación, pero, sobre todo, temáticas difíciles en as conversaciones con los amigos y los familiares en el transcurso de la jornada: "¿Ya supiste lo de Texas?", "¡Viste lo que pasó en Celaya!". Sin duda, la realidad nos interpela.
Basta hacer memoria de la última semana, de los últimos días y las notas que resuenan en nuestra mente. Si hacemos un rápido recorrido en el registro personal encontraremos pistas y rastros de temáticas que tienen que ver con asesinatos, secuestros, desapariciones, violencia, agresividad, narcotráfico y adicciones,
conflictos bélicos e invasiones, crisis de salud, afectaciones económicas, desintegración familiar: presiones múltiples de cualquier índole que nos desafían.
Estos datos de la cruenta realidad se nos agolpan en la percepción y en la manera en que tratamos de encontrar sentido a un mundo tan frágil, ese famoso entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo para el que no tenemos respuestas sencillas y recetas prefabricadas. Este momento del tiempo exige de nosotros una apertura creativa para no dejarnos dominar por la desesperanza y el sombrío pensamiento de que nada puede hacerse en la resolución trágica que la vida pareciera depararnos.
El Papa Francisco, recientemente, ha señalado lo que sus predecesores ya también habían vislumbrado con claridad, los conflictos de nuestro tiempo tienen de fondo una raíz profunda: una aguda crisis antropológica y axiológica. Un desconocimiento y desprecio por la riqueza y dignidad de la persona humana y de lo que ella, en proceso de maduración, puede aportar a la sociedad actual en múltiples ámbitos y dimensiones.
Estamos conscientes de la “instalación” de una cultura que gira y se sostiene por el descarte de aquellas personas e iniciativas que no estén claramente orientadas o sustentadas en valores económicos, relevantes en sí mismos, pero endiosados al extremo de “desbancar” o “sustituir” jerarquías y sistemas de valores reduciendo lo humano a algo “accesorio” o “irrelevante”. Esta circunstancia nos obliga a enfocar nuestra atención en los valores y lo que estos pueden aportar en nuestra reflexión.
Los valores y la teoría del valor
Al encontrarse en el mundo, en esta realidad compleja que hemos señalado, la persona humana busca comprender la realidad en la que se mueve, conocer sus límites y posibilidades; intenta por medio de su propia naturaleza intelectual, volitiva, afectiva y libre, conocer quién es y hacia dónde se dirige. En esa contemplación, siguiendo a Bochénski, la persona no solo ve la realidad, sino que la valora: la estima.
Los valores como tales se nos presentan como reales, como parte de la realidad que contemplamos y estimamos. Sin embargo, es de justos reconocer que, sencillos y evidentes ante nuestra percepción, la situación de comprender los valores a cabalidad puede complicarse de manera terrible
Para llegar a un conocimiento cierto de los valores, es necesario distinguir efectivamente tres elementos que pueden presentarse de manera entrelazada cuando queremos sistematizar nuestra consideración axiológica:
- Por un lado, la existencia de una cosa, en cuanto realidad objetiva, que es valiosa positiva o negativamente – podríamos decir, aquello que porta el valor en sí.
- Por otro, está la realidad objetiva que se caracteriza por una cualidad que le hace efectivamente valiosa – el valor en sí mismo.
- Por último, necesitamos atender la experiencia humana que nos permite visualizar la actitud de la persona ante el hecho de que existe una realidad objetiva que es valiosa, por contener cualidades que le permiten ser estimada o apreciada por ella.
Valorar o estimar la realidad es posible ya que la realidad misma se nos revela como portadora de un cierto bien, situación que demuestra la llamada “objetividad del valor”; pero es necesario, también, tomar en cuenta que conteniendo un bien en sí misma la realidad descrita se hace apetecible a nosotros y, dependiendo su esencia experimentaremos atracción o repulsión, que hace manifiesta la llamada “subjetividad del valor”.
Desde una perspectiva de antropología adecuada, siguiendo a Karol Wojtyla, podemos afirmar que no es válida la
tesis de reducir el conocimiento y práctica de los valores a un puro emotivismo: un maniqueísmo mental que opone agrado vs. desagrado en la persona, sino que debemos someter a un riguroso análisis racional y volitivo la realidad valorada que la persona humana estima o podría estimar.
La teoría del valor que reconcilie, la vía puramente objetiva y supere la dimensión reductiva de la subjetividad, debe ser reflexionada y concretada en la integralidad de la persona que, en sí misma, posee un valor incalculable. He aquí un punto central, nos hemos dedicado a reflexionar sobre los valores como si estos existieran, en la vivencia humana, independientes de la experiencia que los percibe, estima y jerarquiza. Es decir, debemos enfatizar, ahora más que nunca, la libertad humana que permite, a través de una afirmación intencional, transformar los valores en virtudes encarnadas en personas concretas.
La respuesta a la crisis actual no solo es un debate de tipo axiológico, sino que implica una búsqueda consciente
desde la educación, la formación y el acompañamiento, de personas dispuesta a encarnar valores que favorezcan
sin duda un liderazgo de acción positiva, justamente la aspiración de nuestros esfuerzos como Red de Universidades Anáhuac.
El mismo Wojtyla ha puesto de relieve en su obra, Persona y Acción, que el hombre es “co-creador” de sí mismo, mediante su libertad puede culminar la obra creadora que Dios ha iniciado en su persona. Bajo esta consideración, nuestra consciencia personal es convocada, y podríamos decir que cada uno de nosotros debe asumir su responsabilidad sobre aquellos valores que, estimándolos, desea asimilar y practicar en su vida.
Desde aquí, y comprendiendo lo complicado de la afirmación siguiente, me gustaría detonar una reflexión polémica: ¡No hay como tal una crisis de valores, hay carencia de personas dispuestas a vivir el valor reconciliando la dimensión objetiva y subjetiva que implica! ¡La realidad es valiosa y sobre ella debo decidir y actuar en cuanto persona concreta y sujeta a un tiempo definido que pide de mí una respuesta!
Una convocatoria concreta
La invitación es pues a que podamos enfocar nuestra atención en lo valioso, que cada uno de nosotros, que deseamos responder a los desafíos agudos de nuestro tiempo, seamos capaces de identificar y construir nuestra propia jerarquía de valor, misma que surgiría de un proceso de autoconocimiento, y contrastarla con las necesidades actuales y la centralidad personal, no como un mero dato accesorio, sino como una convicción profunda que se organiza y opera en nuestra vida cotidiana.
Esto implica determinar los tipos de valores que existen y que responden a las cualidades del mundo material y de la dinámica propiamente humana. Este ejercicio, si queremos que sea objetivo, deberá reconocer que en la clasificación valoral, existen valores que en sí mismos poseen primacía sobre otros.
María Pliego Ballesteros, relevante educadora y orientadora familiar, estipuló en su texto Los valores y la familia una práctica clasificación, una tipología del valor, que ahora me permito traer con la idea de que cada uno de nosotros seamos capaces de identificar nuestros propios valores y el compromiso de vivirlos a plenitud.
Por otro lado, la relación conceptual que establezcamos entre los diversostiposdevalornopuede “desconectarse” del necesario paso de los valores adoptados, aquellos presentes en el discurso y en la narrativa, a los valores vividos, aquellos que en cuanto creencia firme, iluminan el camino y la senda aún en momentos tan complejos como los que ahora enfrentamos, reflejándose en acciones concretas que están al alcance, en cuanto evidencia, de la propia persona que los vive y de su contexto inmediato en la familia, las amistades, los colaboradores del trabajo, etc.
Trabajar por afirmar nuestros valores y vivirlos, conscientes de lo que esta experiencia puede aportar, nos permitirá desarrollar una resiliencia esperanzadora que no negará los desafíos, sino que los introducirá en la posibilidad de la acción personal como clave de transformación social.
La familia, la escuela, la empresa, la comunidad, deben convertirse en resonadores de estas acciones transformadoras que las personas realizan o podrían realizar; deben proveer, además, acogida y soporte de acompañamiento para el encuentro y la escucha de las inquietudes y dudas que las personas expresen sobre la dificultad de hacer viva la convicción y la creencia; deben convertirse, ahora más que nunca, en núcleos de salvaguarda de la dignidad personal y de la valía del ser humano como clave de articulación para un cambio verdaderamente profundo y significativo.
Sin lugar a duda la responsabilidad, la capacidad de entrega y servicio, la recta conducta, la fidelidad a los ideales, la empatía, la capacidad de organización, la nobleza, suponen pocos de los muchos elementos que pueden integrarse a la vida cotidiana para hacer efectivamente de este mundo un sitio mejor para todos.
En este terreno de consideración, como corolario a esta reflexión, quisiera apuntar que, además de personas
valiosas, dispuestas a vivir los valores a plenitud, las virtudes puestas al centro de la reflexión pueden darnos el contexto adecuado para el desempeño de cualquier ideal que se desee hacer realidad.
La prudencia, madre de toda virtud que facilita la recta razón; la justicia, que se constituye como regla de vida y
de convivencia entre las personas; la templanza, como el conocimiento propio aplicado que nos permite conducirnos con moderación y, la fortaleza, como la capacidad de actuar correctamente frente a la adversidad. El amor que nos brinda la capacidad de procurar el bien del otro; la esperanza, que se constituye como la creencia firme de que las cosas pueden cambiar y mejorar, y la fe, sin duda, como el soporte que brinda consuelo a todo aquello que nos ocurre y de toda acción que pueda realizarse.
Sin duda, los valores y las virtudes, cuando ponemos en ellas nuestra atención y enfoque, hacen la vida del hombre profunda y plenamente humana. ¡Hagamos realidad esta aspiración, concretemos esta posibilidad! ¡Estamos llamados a transformar el mundo; pongamos manos a la obra!