En El Laberinto de la Soledad (1950), Octavio Paz compara al mexicano con un “adolescente taciturno” que rehúye a la efusión sentimental. El mexicano, tal como un puberto, se encuentra vacilante entre dos etapas, suspendido ante la infinita posibilidad del mundo, y el ser. “La singularidad del ser se transforma en problema y pregunta, conciencia interrogante”.1 Pero el mexicano se enfrenta, o más bien, crece en una cultura extraña, donde en palabras de Juan Villoro, “el carnaval coincide con el apocalipsis”.2 La fiesta y el horror van de la mano en nuestra cultura desde tiempos prehispánicos (nuestra historia y tradición de culto y burla a la muerte). Las costumbres y tradiciones mexicanas están marcadas por una indiferencia a la muerte, y por ende, a la vida. Esta ideología mexicana sobre el valor de la vida debería llevarse a conciencia, reevaluarse.
No es de sorprender que el mexicano se haya desensibilizado a la muerte, la violencia y el dolor, así como al luto que esto conlleva. En México se vive una cultura de violencia desde antes del 2006, agravada aún más cuando en el sexenio del presidente Felipe Calderón se declaró la guerra al narcotráfico.3 Este ambiente ha servido como catalizador para la “ya de por sí naturaleza agresiva del mexicano”, que se expresa y encuentra libertad en el ciudadano promedio en la forma de palabras soeces. Deviene de esto que en la actualidad se observe como “normal” que surjan expresiones de humor negro que rayan en lo vulgar y lo grotesco, como respuesta a crisis y tragedias nacionales e internacionales. Esto fue el caso de los memes que surgieron con la tragedia de los “huachicoleros” quemados en Tlahuelilpan, Hidalgo, por mencionar un ejemplo. El contenido viral sobre la tragedia variaba desde sátira hasta videos e imágenes crudas y explícitas de las víctimas.
No hubo respeto al luto ni a la dignidad humana por considerarse que “ellos se lo buscaron”. Nuestro concepto de la vida (indiferencia, y que no vale gran cosa) se ve reflejado en estas burlas que minimizan la gravedad de un acontecimiento social de impacto como “mecanismo de defensa”. El mexicano se escuda y se desahoga en la comicidad (muchas veces vulgar) al sentirse impotente, vulnerable ante a una situación de gran carácter emocional. En una especie de amalgama contrariada y poco convencional, la conducta mexicana confluye en el “pelado” y el “payaso”. Lo que parecieran dos polos opuestos, son caras de la misma moneda con las que nos vendemos por el mundo. Se nota en las representaciones más estereotipadas del mexicano, mismas que el maestro Samuel Ramos logró identificar desde la década de los 50´s: el buscapleitos, un machito chocarrero; el fiestero desenfadado que enfrenta con humor hasta la más desventajosa de las situaciones.
Tal como lo decía Octavio Paz en su analogía entre mexicano y adolescente, nuestra esencia se transparenta, brilla nítidamente a través de las conductas de los jóvenes de este país. Hay una analogía, un símil equiparable entre el estado de transición reflexivo de nuestra identidad como país, y la etapa de desarrollo de identidad del joven adolescente y joven adulto. Este es un periodo vulnerable, donde la mente es sumamente impresionable, en medio de la turbulencia y la confusión de la transición: sus ideales, valores, su concepción de la moral, toda su idiosincrasia es moldeada y cimentada. No es muy descabellado inferir, que al preguntarnos sobre la formación de identidad de la juventud de México, nos preguntamos sobre la misma formación de la identidad de México como país. ¿A dónde 6 Diosas Griegas de la Comedia y la Tragedia, respectivamente. Referencia a los nueve libros de Historia de Heródoto.
nos llevarán estas ideologías como país en unos años? ¿Qué es la juventud de México en realidad, y cómo realizará eso que es?
Podríamos inferirlo a través de aquellas expresiones creativas de lo que son, en los memes por ejemplo. Pues la expresión individual encuentra libertad en la posmodernidad, en el medio de comunicación más prontamente disponible: las redes sociales. Según estadísticas del INEGI en la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares del 2018, se informa que 74.3 millones, o sea 65.8 por ciento de la población mexicana de seis años o más, tienen acceso a internet.4 En este mismo estudio se revela también que el uso predominante es para redes sociales, pudiendo invertir hasta 8 horas diarias en su uso. Nuestra juventud, siendo el segmento poblacional más ocioso, es líder en este tipo de contenido humorístico.
Octavio Paz (ed. 2014) pensaba que en una obra de arte o una acción concreta es posible apreciar mejor al mexicano, porque los artistas tienden a ser individuos que primigeniamente comprenden este tipo de doctrinas subyacentes que encuadran nuestra cosmovisión. Pues no se trata solamente de lo que el mexicano expresa, si no en cuanto a lo que se recrea al expresarlo. Y precisamente aquello que recreamos en estos medios va más allá de nuestra contemporaneidad. Se remonta a la época de la conquista y la colonia: recreamos la profunda herida psicológica, el conflicto interno que causó el sometimiento y la mezcla de dos culturas diametralmente opuestas, la famosa “chingada” que trajo la violación obscena de una cultura a otra como símbolo, y el ultraje de la madre tomada por la fuerza en la primera oleada de conquistadores que llegaron al país.
Tal parece que al connacional le aterra enfrentar la vulnerabilidad derivada de su impotencia, que le recuerda mucho al complejo de inferioridad que está latente en su realidad, en el deporte, en la escuela, en el trato cotidiano, en el todo de la cosmogonía post-hispánica. Desahogamos esta herida reprimida en el chiste y las expresiones soeces de agresividad vacía. Freud (1905) decía que el chiste es “un mecanismo de defensa empleado para la descarga de tensión emocional provocada por una represión que nos provoca displacer.”5 Pero la herida sigue allí. Se esconde tras la frivolidad de un chiste de mal gusto en una imagen pobremente editada que burla un desatino del Presidente en turno. Del acto socialmente inaceptable de una “Lady” o un “Lord”. Del derecho de un niño no nacido a un futuro y una licenciatura en ingeniería.
Comicidad y agresión, Talía y Melpómene6 se funden en la máscara que refugia al mexicano, acomplejado de sí mismo como resultado de la mezcla violenta de dos razas, dos mundos e ideologías, valores y culturas distintos. Este conflicto está latente en todos nosotros. No hay comunión pacífica entre la cultura de la muerte y la del servicio a Dios. Somos la herencia genética y cultural de aquellos que nos precedieron. La dualidad de nuestra naturaleza humorística y sus expresiones son el curita con el que cubrimos la fractura psicológica que dejó en nosotros el conflicto ideológico de la conquista. Este mecanismo de defensa es el resultado de la sobreexcitación que nos causa el desequilibrio psíquico7 al no poder conciliar la cultura del sacrificio en muerte de nuestros antepasados indígenas, y la del sacrificio en vida a un solo Dios de nuestros conquistadores.
Richard Dawkins, escribió en 1976 “El Gen Egoísta” (ed. 2003), donde define al meme y plantea una idea interesante: su propagación de mente a mente es más que una expresión, el meme se materializa en verdad físicamente.8 Una propuesta que recuerda al famoso planteamiento filosófico de Descartes (1637), “Cogito ergo sum”.9 Pienso, por lo tanto soy. Somos eso que pensamos, y actuamos según lo que somos. Sería prudente entonces preguntarnos, al compartir y hacer viral un meme en el internet, ¿Qué fenómeno ideológico existe debajo de esto? o más grave aún: ¿Qué estamos materializando? No todos los memes son malos o empleados para la denuncia o burla social o política. Pero sí deberíamos reevaluar el tipo de contenido que validamos y compartimos en internet. A través de los memes podemos observar cómo somos, y también perpetuamos aquellas ideologías que nos hacen lo que somos. Me pregunto si una sonrisa afectada y la validación de un par de “likes” valen la degeneración de la moral, la cultura y los valores de una nación entera, de la raza cósmica que planteaba el profesor Vasconcelos (1925), de la perpetuidad y la apoteosis de la absurda liquidez del mexicano, en una era donde el pensamiento débil se ha vuelto “una anarquía no sangrante”. 10