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YO NO ELEGÍ SER TU MAESTRO

YO NO ELEGÍ SER TU MAESTRO

YO NO ELEGÍ SER TU MAESTRO

Autor: David López Castro

 

Recuerdo con nostalgia la primera vez que pisé como estudiante un aula universitaria, un terreno que me resultaba excitante. Todo ese conocimiento a espera de ser descubierto. Las posibilidades eran infinitas; teorías, autores, ideas, conocimiento, ciencia. Algo en mí buscaba respuestas, y de alguna manera sabía que en aquel recinto encontraría algo de sumo especial.

Concluí mis estudios satisfactoriamente y con pesar me despedía de aquel santuario maravilloso que soportó mis constantes interrogaciones. El mundo se abría ante mí, con su complejidad, sus retos, bendiciones y deficiencias. El conocimiento me soltó para emprender nuevas experiencias en terrenos vírgenes para mi ingenua juventud. Luché, fracasé, aprendí y en ocasiones con el éxito me entendí.

Fue sorpresa mía cuando la amada ciencia reclamó nuevamente mi presencia. Fui llamado al nido que me vio nacer. Al llegar contemplé los ojos inquietos de párvulos confundidos. Me vi reflejado en sus miradas, hace algunos ayeres la misma ingenuidad habitaba mis ojos. Entonces entendí que me había sido conferido el noble honor de servir a mis hermanos a través de la instrucción y la sabiduría.

De pronto, todo sufrimiento, todo error y todo éxito cobró sentido. Descubrí que lo que hasta entonces había vivido encontraba su culmen en el hecho de poder compartir mi experiencia personal. Soy dichoso, la ciencia me ha nombrado su embajador. Es cierto, el camino es tortuoso, se debate entre malos salarios, horas de desvelo e interminables tazas de café. Pero cada que veo los ojos de aquellos con los que comparto mis días, el alma mía se regocija; que honor, que orgullo, que deleite y que gozo.

Amado estudiante, lo eres todo para mí; sin tu presencia mi mundo se derrumba, sin tus sonrisas las sombras eclipsan mis pensamientos, sin tu juventud mi espíritu envejece irremediablemente. A ti me debo, a ti y a la ciencia que nos une. Hagamos un trato, yo continuaré amándote e instruyéndote, pero tú habrás de prometer que todo el sacrificio que por ti haré encontrará razón de ser en tu propia felicidad. Pues yo no elegí ser tu maestro ni tú ser mi estudiante, pero la magnanimidad de la sabiduría hizo a bien que ambos nos disfrutáramos por un instante en esta maravillosa aventura llamada vida.

 

El autor de este texto es profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac de Querétaro. Semestre 201710