1) Una visión motivada de la dignidad y centralidad de la persona humana. La dignidad del hombre estriba no en lo que posee o produce, sino en su mismo ser. Todo hombre es creatura de Dios, es capaz de conocer la verdad y de buscar libremente el bien, y está destinado a lograr su plenitud en Jesucristo. Su centralidad consiste en que toda la vida social tiene a la persona humana como su sujeto y tiende hacia el bien integral de la persona como a su fin.
2) Una visión profundamente humana y social de la profesión. El trabajo profesional, además de ser un medio para desarrollar las propias dotes y potencialidades y para resolver dignamente las necesidades de la propia familia, debe contribuir al bien común de la sociedad en que se vive.
3) Una visión crítica del desarrollo cultural. Toda época en la historia es fruto, en cierto sentido, de una larga evolución cultural. Por lo mismo, conocer críticamente esta evolución y como ha marcado la propia época y cultura, con sus aspectos positivos y negativos, permite al hombre insertarse mejor en su propio ambiente y trabajar con mayor eficacia.
4) Un sentido último de la propia vida. El hombre ha sido creado para amar y alcanzar a Dios, y por ello, los bienes materiales, aunque necesarios, no logran saciar plenamente sus ansias de felicidad. Esta convicción debe llevar al profesionista a entregarse con responsabilidad a su familia, al trabajo y demás actividades, pero sin olvidar que son sólo medios para amar a Dios y al prójimo.
5) Un convencimiento profundo de que la razón humana es capaz de conocer la realidad. La posibilidad de la ciencia, la sinceridad en las relaciones familiares y sociales, y la misma validez universal de los principios morales dependen de que la razón humana es capaz de conocer la realidad en sí. El profesionista necesita alcanzar, por tanto, este convencimiento y desarrollar un modo científico de razonar, es decir, objetivo, razonado y sistemático.
6) Un conocimiento y vivencia en modo convencido de la propia fe. La fe en Dios cuya definitiva revelación es Cristo, descubre el sentido último de la vida humana. Por si mismo conocer y vivir convencidamente los valores del Evangelio no solo no alienan al hombre, sino que lo humanizan al impulsarlo a vencer su egoísmo con el amor a Dios y a los demás.
7) Una capacidad de influjo y liderazgo. Las sociedades se mueven hacia donde las llevan los líderes. Los profesionistas que salgan de nuestras universidades necesitan desarrollar dotes de liderazgo para influir, con los valores del humanismo cristiano, en la vida de la familia, en las estructuras de trabajo y en el propio ambiente sociocultural.
8) Una sólida formación moral. La ciencia y la tecnología solo tienen sentido si están al servicio del hombre, de su vida en la sociedad y de su destino eterno. Y esto se consigue cuando la ciencia y la técnica son desarrolladas por personas con una recta conciencia moral. No basta, por tanto, con formar profesionistas con excelente preparación profesional; es necesario ofrecerles una sólida base ética.
9) Una excelente preparación profesional. La preparación profesional que reciban los alumnos deberá ser de alta calidad científica, estar al día de los avances de la ciencia en los diversos campos, y capacitar para afrontar con éxito los retos que la sociedad presenta en cada campo laboral. Asimismo, deberá fomentar el deseo de una actualización constante.
10) Una eficaz capacidad de comunicación. La comunicación es esencial, para que el profesionista, como persona humana, se desarrolle en su vida familiar, social y laboral. Por sí misma, la preparación universitaria debe potenciar también la capacidad de comunicarse, de palabra y por escrito, con verdad, con respeto a los demás y con eficacia expresiva.